Como muchachos traviesos, los libros juegan a los escondidijos. Se pierden, se desaparecen y en el momento menos esperado salen al paso y se hacen los recuperados. Como este volumen que me encuentro de sopetón en la biblioteca. No lo estaba buscando, no recordaba que lo tuviera, ni me había dado cuenta de que estuviera perdido. Pero ahí ha estado por años, por lustros, esperándome. Por eso lo tomé entre mis dedos con ternura, aunque con cierto mal sabor de alma por haberlo olvidado durante tantos años. Definitivamente la peor muerte es el olvido.
Pero ahí estaba, con ese rubor indefinible que tienen las resurrecciones, que tienen los reencuentros. Fue editado en 1986, 165 páginas, en la editorial Canal Ramírez de Bogotá. Su título es el que encabeza esta columna: Los caminos son dos y recoge una selección de columnas publicadas en El País, de Cali. Inspira el título y el libro un pensamiento de Confucio: “Los caminos son dos: amor y ausencia de amor”.
El padre Hernando Uribe es bien conocido en estas páginas de opinión de EL COLOMBIANO. Hasta no hace mucho, al religioso carmelita de Monticelo se le publicaba una columna que durante años nos reconfortó y nos hizo reflexionar a todos sus lectores. Era un pequeño oasis de espiritualidad que a muchos agradaba y servía.
El hallazgo de libro del que estoy haciendo mención llegó con una pequeña sorpresa. Entre sus páginas había un amarillento recorte de prensa con una columna mía, de junio 13 de 1987, cuando trabajaba en El Mundo de Medellín. Reseñaba en ella la publicación de Hernando Uribe, con quien tuve el privilegio de compartir muchos años de vida, muchas lecturas y aficiones y cuya amistad aún conservo entre los alejamientos y los olvidos que infortunadamente nutre la vejez.
Transcribo, con la venia del lector, algunos apartes de la reseña que menciono: “El estilo de Hernando Uribe es limpio, cortado. Casi siempre el concepto aprisiona la expresión literaria, sacrificando aparentemente el placer poético en bien de la idea. Eso hace, en muchas ocasiones, difícil la lectura. Difícil pero no desagradable ni monótona. Porque si una cosa se descubre al leer los artículos de Uribe Carvajal es que escribe con gozo, con delectación. El placer de la palabra y del concepto elaborado sobre las alas doradas del logro literario penetran cada frase, cada párrafo”.
Y añadía: “No hay retórica en el libro que comentamos. Rápidamente el autor lleva al lector al hueso de la fruta, dejándole a éste el placer de mondar y morder la carnosidad de la palabra. De ahí que la densidad y la argumentación filosófica y teológica acaban por deponer, alegremente, su rostro adusto ante la bella desnudez de la frase trabajada literariamente”.
Y concluía con una aseveración sobre el talante que siempre se advierte en los escritos del carmelita: “La lectura de Los caminos son dos enriquece. Es la gran lección de Hernando Uribe: su vivencia alegre y optimista del cristianismo. Como si la espiritualidad fuera la versión poética de la teología, la religiosidad se despoja de los moralismos atosigantes para respirar aires de libertad. Apoyado en la teología moderna, la concepción de la vida espiritual que propone Uribe Carvajal supera los pietismos fofos y las angustiosas exigencias de un ascetismo mojigato, para enarbolar una bandera de optimismo y amor por la vida.”
Valga este recuerdo, enredado entre las páginas de un libro olvidado, para rendir un homenaje inesperado pero merecido a un viejo amigo