Tal vez fue Nicolás Gómez Dávila la primera inteligencia en argumentar “para que los derechos del alma no prescriban”. Desde finales del XVIII los más populares son los derechos del hombre, más recientemente levantan fervor los derechos de los animales, incluso los derechos de la Tierra. Nadie, en cambio, habla de los derechos del alma, en un mundo donde justamente es patente la muerte del alma.
Los derechos humanos parecen referirse a la dimensión pública y política de las personas, mientras el alma señala su íntima almendra. Por eso defender a los hombres no equivale a velar por la dimensión poética de la gente. Es esta la que naufraga cada día más en la sociedad contemporánea.
Mientras se hunde el alma, cobra categoría el cuerpo. Y una de sus...