Vamos perdiendo sensibilidad. Por autoprotección, por cansancio o por desidia. Tanto dolor ajeno, tanto exceso de sufrimiento producen un fenómeno que se llama “fatiga por compasión”, una forma de protección emocional contra una situación que nos resulta demasiado estresante o traumática para afrontarla.
Por eso muchos deciden no volver a enterarse de las noticias. La guerra en Ucrania, los terremotos de Turquía y Siria, los últimos accidentes en las carreteras colombianas, los choques de trenes en Grecia. Tantas muertes que se acumulan y que cuando se cuentan de a una generan dolor, pero que cuando se multiplican y se vuelven cifras ya no nos afectan tanto porque nos desensibilizamos.
En Estados Unidos, dónde si no, expertos universitarios en el área de las comunicaciones realizaron un experimento que muestra cómo la violencia en videojuegos y películas puede insensibilizar a las personas ante el sufrimiento ajeno e inclusive ante la violencia en la vida real. Se les dividió en dos grupos: unos verían imágenes violentas y los otros escenas de comedias. Luego se les expuso a una situación en la que tenían que socorrer a una persona a la que creían herida, y ahí vino lo asombroso: los del primer grupo se demoraron 73 segundos en prestar ayuda, mientras que los del segundo lo hicieron en 16.
Como bien señala el estudio, la desensibilización a la violencia puede ser una estrategia adaptativa muy importante para aquellas personas que se exponen con frecuencia a situaciones traumáticas: un médico, un soldado, un voluntario en zonas de conflicto necesitan sobrevivir en medio de esos infiernos que se vuelven cotidianos. El problema surge cuando quien pierde sensibilidad es la población “normal”, porque entonces se convierte en un mecanismo que impulsa la violencia y la agresividad. Y el ejemplo perfecto es el de los discursos extremistas contra los inmigrantes y los refugiados. La gente pierde empatía o desarrolla odio por ellos a medida que las razones que los alejan de sus países se van olvidando o distorsionando.
Dicen que el proceso puede revertirse, que la fatiga por compasión podría evitarse si utilizamos las herramientas que tenemos, como por ejemplo las redes sociales, o este mismo espacio en el que usted lee estas palabras, para crear empatía y compasión. Ojalá sea cierto. Ojalá las palabras sigan siempre teniendo tanto poder que logren mover esas fibras que se van atrofiando con el cúmulo de acontecimientos y que limitan nuestra mirada del otro.
En Las ciudades invisibles, Italo Calvino habló del infierno de los vivos, del que se habita todos los días y que formamos estando juntos. Y propuso dos maneras para no sufrirlo. “La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio”.