El Cántico Espiritual de San Juan de la Cruz es un prodigio de ojos y miradas. Amantes y Amados viven en éxtasis de contemplación. Como pasa en la estrofa 32. “Cuando tú me mirabas, / su gracia en mí tus ojos imprimían: / por eso me adamabas, / y en eso merecían / los míos adorar lo que en ti vían”. Los enamorados llevan los ojos y la mirada a su máxima expresión.
Esta estrofa expresa lo que pasa entre el poeta y el Amado. El Amado, Dios, mira al poeta, el hombre, y al mirarlo sus ojos divinos imprimen en él su gracia, hasta el punto de adamarlo, que es amarlo doblemente, consiguiendo así que los ojos del poeta merezcan adorar lo que ven en el Amado. Asombrosa reciprocidad la de los ojos y la mirada.
Se ha escrito con razón: “Destinados a vivir de la alabanza por toda la eternidad, será poco lo que hagamos por aprenderla desde ahora”. La alabanza es fruto de la admiración y la admiración del arte de contemplar la bondad de las personas y las cosas.
La mística habla de la visión beatífica, acontecimiento singular de los ojos y la mirada, el conocimiento inmediato de Dios al morir. Visión viene de ver, que es percibir con los ojos los objetos mediante la acción de la luz. Un vidente escribió: “Cuando se manifieste, seremos semejantes a Él porque lo veremos tal cual es”.
Un día Jesús subió al monte y se puso a enseñar a la gente. “Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5, 8). Quienes lo escuchaban, sentían que les hablaba de un mundo inefable apenas presentido en el arrullo de sus palabras. El cielo es un asunto de ojos y miradas. Lo que la teología llama visión beatífica, el arte de ver a Dios y ser visto por Él, la tarea de toda la eternidad.
Para el poeta místico, “el mirar de Dios es amar”, y la mirada divina, inclinándose al alma con misericordia, “imprime e infunde en ella su amor y gracia, con que la hermosea y levanta tanto, que la hace consorte de la misma Divinidad”, sabiendo que consorte es quien participa y acompaña a otro en la misma suerte, la de ser Dios por participación.
El hombre del siglo XXI se ve urgido a cultivar con esmero sin fin la grandeza y majestad de sus ojos y su mirada, pues el incremento vertiginoso de los medios de comunicación está convirtiendo en el despilfarro más impresionante su máxima grandeza.