Una de las primeras frases que tal vez escuche un novato que se inicia en el mundo laboral es “quien tiene la información, tiene el poder”, pensamiento que es producto de la reflexión de filósofos como Bacon, Hobbes o, más recientemente, Foucault. Si se parte de esta idea de que el conocimiento es poder, entonces es válido preguntarse cómo es posible que aceptemos entrar en contacto diariamente, de una u otra manera, con cientos de químicos y contaminantes que nos envenenan lentamente y que se podrían evitar. ¿Es que acaso hemos renunciado al poder sobre nosotros mismos porque resulta más fácil no tener que pensar?
Algunas de las investigaciones en marcha sobre el covid-19 han demostrado que los químicos tóxicos en nuestras casas pueden aumentar la amenaza del virus. Hoy sabemos que muchos alimentos, cosméticos, bebidas y por supuesto el aire, tienen partículas que pueden afectar nuestro organismo, causarnos infecciones, problemas endocrinos o estar vinculados a muchos tipos de cáncer. Y nuevas epidemias seguirán surgiendo en el futuro si no medimos las consecuencias de nuestras decisiones cotidianas en el consumo.
La disparidad en los sistemas de regulación de la industria cosmética por ejemplo, entre Estados Unidos y la Unión Europea, puede dejar a muchos boquiabiertos. Que los primeros prohíban sólo 11 químicos frente a los 1.328 que no son permitidos en Europa desconcierta. Esto se debe a que la aproximación al mercado es muy diferente. Mientras en la UE el productor debe demostrar que lo que quiere vender no es dañino para la salud antes de salir a la venta, en USA sólo si se prueba que es nocivo lo retiran de las tiendas. De ahí la importancia de organismos internacionales sin ánimo de lucro que estén en capacidad de certificar los ingredientes de tantos productos como sea posible. De hecho ya existen, sólo hay que prestarles un poco de atención.
No se trata de entrar en un estado de terror frente a las toxinas sino de tomar consciencia sobre lo que consumimos y sobre nuestras verdaderas necesidades. Un poco de interés y tiempo para informarnos y tomar decisiones puede tener efectos benéficos en nosotros mismos. Lo que se necesita son etiquetas claras y sencillas que no requieran todo un manual para entender qué es lo que se está comprando. Porque la idea no es hacer el mundo más difícil sino evitar riesgos innecesarios. Podemos aprovechar los avances que ha alcanzado el mundo científico en diferentes ámbitos e industrias. Pero no a costa de nuestra propia salud. Esa que tanto estamos valorando en estos tiempos de pandemia.