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En ciertos países, estos órganos terminan por olvidar su razón de ser y la naturaleza de sus competencias, para dedicarse a respaldar o por lo menos guardar silencio, frente a las acciones y omisiones del ejecutivo.
Por Luis Fernando Álvarez Jaramillo - lfalvarezj@gmail.com
El sistema presidencialista norteamericano es diferente al presidencialismo latinoamericano. Ambos se caracterizan porque desde el punto de vista orgánico, la jefatura del Estado, la del gobierno y la de la administración, recae en un mismo servidor público, que es el presidente de la República. Pero, como garantía para el esquema democrático, el sistema presidencialista presenta una serie de pesos y contrapesos que hacen que esa supremacía del presidente sobre los demás órganos del Estado, se racionalice para evitar abusos y desviaciones, mediante la presencia real de otros órganos como el congreso de la República, los jueces titulares de la administración de justicia, así como aquellos encargados del control disciplinario y fiscal. Los distintos controles al ejercicio del poder hacen que la triple jefatura del jefe de Estado, se mire y analice dentro de esquemas jurídico-políticos, que permiten la preservación y fortalecimiento de las instituciones democráticas.
No sucede lo mismo en Latinoamérica, tanto por circunstancias sociales, culturales y políticas, como por el fraccionamiento, heterogeneidad y desigualdad en los sectores sociales y por nuestra histórica tendencia al caudillismo, el sistema presidencialista se ha degradado hacia un presidencialismo, caracterizado por la incontrolada concentración de poderes en el presidente de la República, el debilitamiento o anulación del poder de control del legislativo y la lenta cooptación de algunos miembros de los principales órganos judiciales, así como de aquellos que son titulares de los poderes de control. En ciertos países, estos órganos terminan por olvidar su razón de ser y la naturaleza de sus competencias, para dedicarse a respaldar o por lo menos guardar silencio, frente a las acciones y omisiones del ejecutivo.
Como sucede con el aluvión, institución del derecho privado que se utiliza para identificar el incremento en las zonas externas de los ríos, por el lento e imperceptible retiro de las aguas, en el ejercicio del poder en el presidencialismo, ocurre más o menos lo mismo, pues puede suceder que el presidente de la República, abusando de su preeminencia, dirija el lento e imperceptible retiro de las instituciones, para dar paso, de manera gradual pero segura, a sus anhelos autocráticos. Este grosero procedimiento opera en nuestros gobiernos, tanto de izquierda como de derecha. Lo peor es que por ignorancia o negligencia, la ciudadanía participa en procesos electorales orientados a elegir un Mesías o un satanás.
Colombia no ha sido ajena a este péndulo histórico, caracterizado por golpes de Estado violentos o por gobiernos que juegan al lento e imperceptible retiro de las instituciones democráticas. Y la forma más simple y “decente” para aplicar esta especie de “aluvión”, consiste en aprovechar el poder del presidente de la República, para manipular la elección de las cabezas de los demás órganos y tratar de desconocer sus decisiones, con la peligrosa y contradictoria amenaza de buscar apoyo en la fuerza del pueblo. Cuando alguna de esas situaciones se da, todas las estructuras de poder dependerán del gobernante, desaparece la democracia y aparece la autocracia.