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Marchar y votar

hace 4 horas
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Por Luis Guillermo Vélez Álvarez - opinion@elcolombiano.com.co

“Yo no voy a marchas, pero a esta no podía faltar”, me dijo un buen amigo, veterano del escepticismo y poco dado al ruido de las plazas. Su frase, simple y honesta, resume el espíritu que recorrió las calles de Medellín el pasado 7 de agosto. No fue una marcha más. Fue una expresión cívica profunda, una manera de decir: aquí estamos, todavía creemos.

Convocada por múltiples sectores ciudadanos y liderada con notable capacidad logística por El Gury, el ingeniero de la política, la movilización en apoyo al señor expresidente Álvaro Uribe Vélez fue una muestra de que el vínculo emocional entre un proyecto político y una base social sigue vigente. No es una devoción ciega —como algunos adversarios suelen caricaturizar— sino una convicción forjada en hechos, memoria y defensa de una visión de país.

Pero más allá del número de asistentes, que superó los 200 mil, lo que importa es lo que se activa después de marchar. La calle tiene su función: simboliza unidad, exhibe músculo, recuerda que hay una ciudadanía dispuesta a defender lo que cree. Pero la verdadera batalla está en las urnas.

Por eso es acertada la decisión del Centro Democrático de ir con listas cerradas al Congreso. Esa fórmula permite ofrecer al país un equipo cohesionado, con un discurso común, una plataforma ideológica sólida y una representación clara. La lista abierta —por definición atomizada— tiende a diluir el mensaje, a dispersar el liderazgo. La lista cerrada invita al votante a respaldar un proyecto integral. En tiempos de polarización, esa claridad es un valor político. En tiempos de desconfianza institucional, la coherencia programática no es un lujo: es una obligación.

La marcha del 7 de agosto no fue un acto de nostalgia, sino un punto de partida. Dolidos, sí. Pero no vencidos. Lo dijimos antes, y se volvió a demostrar. Cada cartel, cada paso, cada cántico, fue una declaración de persistencia en la vía democrática. No para desconocer la justicia, sino para exigir que esta no se convierta en instrumento de revancha.

El País necesita decisiones. El voto es esa decisión. Y en esa tarea, la pedagogía es urgente: que cada persona que marchó entienda que su responsabilidad no terminó al llegar al Parque de las Luces. Comienza ahora, en la conversación con sus vecinos, en la defensa razonada de sus ideas, en el momento de marcar una papeleta con plena conciencia.

La marcha fue emocionante. Pero más que eso, fue una señal de que aún hay una ciudadanía despierta, capaz de salir del confort privado para ocupar el espacio público. No se trató de nostalgia ni de fanatismo, como algunos han querido reducirla. Se trató de decir, sin estridencias, que hay ideas por las que vale la pena caminar... y votar.

La democracia exige memoria, pero también método. Pasión, pero también estrategia. Marchamos por convicción. Votaremos por decisión. La historia no la hacen los que opinan desde la distancia, sino los que están dispuestos a caminar, incluso si es solos. ¿Verdad, Gury?

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