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Por Damián Patricio Alecoy - opinion@elcolombiano.com.co
Hubo tres gobernantes dignos en la vergonzosa cumbre presidencial citada por el populista Lula de Silva para lavar al dictador venezolano Nicolás Maduro. Fueron ellos el chileno Gabriel Boric, el ecuatoriano Guillermo Lasso, y el uruguayo Luis Lacalle Pou. Si ya la sola citación a esa cumbre era indigna, pues no se escondió que su objetivo era tenderle tapete rojo al déspota chavista al ámbito internacional, la intervención de Lula fue vomitiva. Dijo que las críticas al régimen criminal que ha expulsado a más de siete millones de personas a punta de hambre y represión, eran “una narrativa” construida por enemigos políticos.
Tres Jefes de Estado desmintieron al anfitrión, y con toda claridad dijeron que lo que pasa en Venezuela no es cuestión de libretos montados por enemigos, sino que es la realidad que sufren día a día millones de personas, y que los crímenes cometidos por las fuerzas represivas y la delincuencia gubernamental han sido documentados por entidades internacionales, como la Onu.
Ejemplo de verticalidad y claridad fue Lacalle Pou. El remate de su discurso fue de antología: “Vamos a ser juzgados por nuestras acciones. No perdamos el tiempo, que la vida se termina, y aunque algunos crean que no, los gobiernos también”. Los escuchaban Maduro, Lula y Petro, entre otros. Este mismo estadista uruguayo reclamó en una cumbre anterior ante el dictador de Cuba, Miguel Díaz Canel, que respetara la democracia y los derechos humanos, mientras los demás presidentes callaban como cobardes.
Valiente también el chileno Boric, quien dijo que él ha visto el sufrimiento de los venezolanos, y exigió que el respeto a los derechos humanos le corresponde a todos, no solo como herramienta de la izquierda contra los gobiernos de derecha.
El gobernante colombiano, hablando de nuevo de combustibles fósiles y ordenando el retorno del país a la inútil y servil Unasur.