De confirmarse el triunfo presidencial de Pedro Castillo en el Perú, Colombia quedaría situado en el peor de los mundos. Con vecinos como Venezuela, manejado por un jayán analfabeto, y Perú bajo el mando de un izquierdista demagogo, es como para preocupar. Queda como un territorio cuñado en el nororiente por maduristas y en el sur por castillistas, lo que plantea un inmediato futuro lleno de sobresaltos y provocaciones. No es ninguna profecía de casandras, sino una posibilidad insoslayable.
El sindicato populista y de extrema izquierda crece en el continente. Un continente que no se ha podido desarrollar y que sigue perteneciendo al tercer mundo. Cae ahora el Perú para formar sindicato con Venezuela, Bolivia, Argentina, Nicaragua, y está a punto de caer en esa red Chile, hasta hace poco la joya de la corona del continente en materia de progreso. Solo falta Colombia, que hoy se debate en medio del avance de una subversión que con careta de reivindicación social, está minando sus frágiles instituciones democráticas.
Perú ha sido un país atacado por la corrupción. La misma candidata perdedora, Keiko Fujimori, llegó a la final cargando un juicio por lavado de activos que le daría 30 años de cárcel. Tamaña inmoralidad fue cobrada por el elector que, dando un salto al vacío, prefirió al inexperto maestro de escuela rural, que seguramente será otro dolor de cabeza para un país que el año pasado tuvo tres presidentes en cinco días. Claro que el récord aun lo tiene Colombia, que el 13 de junio de 1953 amaneció con un jefe de Estado, a la hora del almuerzo tuvo otro, y en la noche se acostó con un militar que a zarpazo limpio se alzó con el santo y la limosna para declararse dictador por espacio de cuatro años.
Perú, como la mayoría de los países latinoamericanos, experimenta una debilidad institucional que apena. La informalidad económica es aterradora. Aun en su sociedad quedan vestigios de la época colonial con familias que viven en medio de la fortuna egoísta y tratan a sus servidores como si no fueran trabajadores con alma y cuerpo. Un país que, como en el resto de América Latina, la corrupción perfora sus instituciones. No es sino comprobar el hecho de que tiene el récord mundial de Jefes de Estado procesados por inmorales, algunos arrestados y otros escapados de la justicia.
Claro que el Perú necesitaba de un cambio en medio de tanta corrupción de mandatarios salidos del llamado establecimiento político de sus partidos tradicionales. Pero se equivocó en sus candidatos que jugaron la final. Y escogió el camino más errático y menos expedito para buscar la transparencia ética, la productividad económica y la estabilidad social. Se fue por el precipicio, el mismo que ahora tendrá que evitar Colombia, sitiada y situada por dos gobiernos en manos de un camorrista que asila la subversión y un populista que quizá no sabe en dónde está parado. Y si lo sabe, será para ayudar a matricular a Colombia hacia ese sindicato