Todas las noches hacen esa pregunta como si no supieran que incluso cuando uno está al borde de la derrota la respuesta es sí. A la hora de la lectura nos metemos en la cama, a veces arropados los dos. A veces muertos de frío, de cansancio, otras con ganas locas de saber qué pasa en una historia que ya hemos leído varias veces. Es un momento en que nada más existe. Solo mi voz, la de ellos, dibujos, palabras, historias. Clásicas, obvias, poéticas, repetidas. Las amemos o nos sean indiferentes no hay mejor momento que el de ver cómo se descalabra una bruja o ir hasta el lugar en que se encuentran el pejesapo y el cachalote.
Leer con mis hijos no es algo que descendió sobre mí. Es más bien una herencia. Mis padres hacían lo mismo conmigo. Aprendí...