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Kakistocracia

hace 4 horas
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  • Kakistocracia

Por María Clara Posada Caicedo - @MaclaPosada

Mi columnista favorito -a quien he expresado mi admiración tanto en público como en privado-, Thierry Ways, publicó recientemente un trino que resume con precisión quirúrgica el momento que atraviesa Colombia: “Con la salida de la ministra de Justicia, forzada por las presiones indebidas del cuestionado Armando Benedetti, queda al desnudo lo que muchos ya sabíamos: el llamado Gobierno del cambio no es otra cosa que una kakistocracia, el gobierno de los peores”. Con su venia, escribo hoy al respecto.

El término “kakistocracia” viene del griego kakistos, que significa “el peor”, y kratos, poder o gobierno. No es nuevo, aunque haya ganado protagonismo en épocas de crisis democrática. En el siglo XVII, Thomas Love Peacock lo empleó con ironía, y John Milton, con preocupación. Más recientemente, lo hemos visto aplicado a regímenes donde la incompetencia y la corrupción no son anomalías, sino requisitos para gobernar. (¿Les suena familiar?)

En Colombia, ya no hablamos de una figura retórica. Estamos viviendo bajo una kakistocracia en toda su expresión. El gobierno petrista no se ha interesado por la excelencia, la técnica, ni la moderación. Su prioridad ha sido otra: la lealtad ciega a un proyecto ideológico, por encima de las capacidades y del interés general. Así, ha terminado rodeado por los peores. No por azar, sino por diseño. No porque no existieran mejores opciones, sino porque los buenos no le aguantan ni sus excesos ni sus delirios.

Desde el primer día, Petro buscó gobernar con los suyos. No con los mejores, sino con los más serviles. Pero hubo una breve excepción, una especie de ventana que nos permitió soñar con una administración diferente. Ocampo en Hacienda, Cecilia López en Agricultura y Alejandro Gaviria en Educación asumieron el reto, y más allá de nuestra opinión personal sobre su visión de país y decisiones recientes, nadie dudaba de su seriedad, experiencia y trayectoria.

Aunque muchos nos seguimos preguntando ¿Qué los motivó? ¿Vanidad, una vieja animadversión contra el líder de la derecha, visión de Estado, servicio patriótico? ¿Tal vez todo junto?. Lo cierto es que, por un instante, varios pensamos que aunque lejos de nuestra predilección, sí era posible una izquierda técnica, seria, respetuosa del Estado. Pero fue solo un espejismo. Con Petro, las buenas intenciones siempre terminan traicionadas.

Hoy, una vez más, el país asiste a la salida de una figura decente: la ministra de Justicia y del Derecho, Ángela María Buitrago. Una mujer de trayectoria, sin escándalos, sin histrionismos, que no se prestó para las presiones indebidas de Armando Benedetti. Y, por lo tanto, tenía que irse.

¿Y quién queda? Literalmente, lo peor. Una kakistocracia en pleno funcionamiento. Benedetti, investigado por la Corte Suprema, continúa teniendo poder y presencia en las sombras, de todo. Laura Sarabia, sin hablar un segundo idioma, sin experiencia en relaciones exteriores y sin conocimiento de protocolo, es hoy nuestra canciller. Un símbolo de improvisación institucional. El ministro de Educación, Daniel Rojas, no solo tiene un manejo grotesco del lenguaje, sino que ha sido objeto de cuestionamientos por su formación académica, incluida una tesis que reprobó. El director del DAPRE, Carlos Ramón González, viejas filas petristas, está hoy bajo investigación judicial y huyendo. Francia Márquez, ha hecho de la Vicepresidencia un escenario de victimización permanente, sin una sola política pública transformadora y en cambio mucha plata de los colombianos a la basura.

Y en la cúspide está él: Gustavo Petro. Un pésimo gobernante que ya había demostrado en Bogotá su incapacidad para la administración pública. Le fascinan los discursos, las arengas interminables, pero no sabe de ejecución ni de Estado. Ha hecho de su gobierno una tarima de confrontación ideológica. Y cuando la arenga se convierte en política pública, lo que tenemos es precisamente eso: la ausencia absoluta de política pública.

Gobernar con los peores tiene consecuencias reales. Se normaliza la vulgaridad, la amenaza se convierte en herramienta de gobierno, el resentimiento se cultiva como estrategia política. Se socava la institucionalidad, se fractura la sociedad y se ejerce una forma de terrorismo psicológico sobre los ciudadanos: el miedo como método, la intimidación como argumento.

Pero algo ha cambiado. Los colombianos ya no tenemos miedo. Le perdimos el temor al autoritarismo disfrazado de revolución. Lo vencimos cuando su consulta popular fracasó en el Senado, y lo vamos a seguir venciendo.

Como dijo Paloma Valencia en el último Space en X con LibreMente, a Petro se le gana centímetro a centímetro. En 2026, él y todo el que se le parezca, -incluyendo a Daniel Quintero que después de robarse a Medellín ahora habla como dictadorzuelo de barrio pidiendo que se cierre el Congreso - serán solo uno de nuestros peores recuerdos.

A Colombia le daremos, por fin, un gobierno a la altura de los sueños de nuestros hijos.

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