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Por María Clara Posada Caicedo - @MaclaPosada
El 28 y 29 de mayo quedarán en la memoria del petrismo, aunque lo nieguen una y mil veces, por su estruendoso fracaso. Lo que pretendía ser una demostración de fuerza popular en respaldo a la consulta propuesta por el gobierno, terminó siendo una postal vacía, un eco sin multitud. En Bogotá, apenas unas 3.000 personas se congregaron en la Plaza de Bolívar; en Medellín, no llegaron a 800, y en Cali, bastaron tres cuadras para contener el desánimo.
En contraste con las manifestaciones espontáneas de otros tiempos -cuando Gustavo Petro aún generaba esperanza genuina en sectores populares- hoy, ni con el apoyo de la CUT, logró llenar un coliseo municipal. La calentura popular que alguna vez lo llevó a la Casa de Nariño se desinfla como una llanta pinchada en la autopista sur (y todos los que hayan pasado por ahí, saben a qué me refiero). Las multitudes espontáneas, los abrazos en las plazas, los aplausos a su retórica incendiaria; hoy se han transformado en pereza, bostezos, escepticismo y abandono. No porque el pueblo haya cambiado, sino porque nada cambió para el pueblo. O bueno, sí.... Muchas cosas cambiaron, pero para peor....
Petro, formado en la insurgencia del M-19, ha demostrado que ni la legalidad ni el mandato popular lo disuaden de su dogma. Gobernar, para él, es un campo de batalla: si pierde en las calles, responde en la normativa. Si la gente no lo sigue, entonces castiga. Y así, en un acto reflejo de su frustración, expidió el Decreto 0572 de 2025, que golpea otra vez a los sectores productivos del país y en especial a pequeños y medianos empresarios.
Este decreto -que según expertos como Luis Fernando Mejía, director de Fedesarrollo, es expropiatorio- pretende recaudar cerca de 13 billones de pesos, adelantando cobros que corresponderían al 2026 para “mecateárselos” en el 2025. Su disfraz es técnico, pero su intención es política. Es, en efecto, una reforma tributaria por la puerta trasera, sin Congreso, sin debate y sin legitimidad.
Desesperado, Petro necesita plata: Necesita caja para tapar el hueco fiscal y para seguir aceitando su 30 % con subsidios, contratos y burocracia. Necesita plata para seguir robusteciendo el gasto público en OPS que en lo corrido de este año va en 16 billones de pesos, para comprar afectos y transar votos. Como su narrativa ha perdido eco, ahora busca imponer por decreto lo que no puede conseguir por persuasión. Lo más grave: lo hace pasando por encima del Congreso, violando la Carta Política y pretendiendo gobernar como reyezuelo.
El decreto será demandado, como debe ser. Expertos en Derecho tributario ya han advertido que, según el artículo 338 de la Constitución, un decreto presidencial no puede suplantar una reforma que requiere trámite legislativo. El Consejo de Estado, en defensa del Estado de Derecho, deberá -seguramente- tumbar esta medida. Pero entre tanto, queda un daño hecho: empresarios angustiados, inversionistas frenados y un aparato productivo que siente que el gobierno lo percibe más como enemigo que como aliado.
Y no se trata de tecnicismos. La verdad incómoda es esta: a Gustavo Petro no le importa el pueblo, a menos que el pueblo le sirva como carne electoral. Por eso no le preocupa sacrificar al 95% del tejido empresarial colombiano -las pequeñas y medianas empresas- siempre que pueda seguir manteniendo su modelo clientelista. A eso se reduce su visión económica: destruir lo que produce para repartir lo que queda y sobretodo para generar dependencia del poder del Estado.
Él mismo lo dijo: su gobierno no recaudó poco. El problema fue haber recaudado demasiado en 2023, lo que, según sus propias palabras, frenó la economía en 2024. ¿La solución? Volver a exprimir a los mismos, pero esta vez con métodos más abusivos.
Ha sido incapaz de controlar el gasto, de reducir el despilfarro burocrático, de atacar la corrupción que carcome su propio gabinete. Entonces prefiere castigar a quienes sí producen. Si el gobierno no está en déficit, está en bancarrota moral.
Pero la Colombia de mayo no es la del Petro de 2022. Como lo demostraron las vacías plazas esta semana, la paciencia se agotó. Si bien no podemos ser triunfalistas y estamos lejos de poder serlo, el miedo poco a poco muta hacia la dignidad que da la valentía. Cada vez somos más los que no vamos a permitir que se nos impongan decretos inconstitucionales, ni que se destruyan nuestros barrios, bloqueen nuestras ciudades ni atenten contra nuestras capacidades productivas para mantener a flote su revolución anacrónica.
Como bien ha dicho el presidente Javier Milei -, quien en pocos meses llevó a Argentina de un déficit fiscal histórico a un superávit primario- -: “No hay plata”.
Si Petro, o cualquier otro gobernante quiere conseguirla, que lo haga con decisiones firmes, recorte del gasto, orden institucional y respeto por la iniciativa privada.
Perdimos el miedo y vamos a demostrárselo.