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Julián Posada
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Julián Posada

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Hay palabras que de vez en cuando se nos cruzan, nos acechan y se posan frente a nosotros hasta hacernos entender que su significado amplio nos toca por muchos lados.

Esta semana en Medellín muchos hablamos de una palabra antigua, que viene del italiano fratello, y significa hermano. En nuestro español inoculado por algunos ritmos musicales se usa hace rato, le decimos fraternidad, y más que hermano la definimos como la capacidad de dos o más personas de unirse alrededor de una causa, de sumar intenciones y convertirlas en acciones. De volver realidad esa frase manida del novel gerente que en busca de productividad repite: “uno más uno igual a tres”.

Es imposible, y me disculpan la referencia personal, no referirme al fratello que con total autonomía decidió dejarnos hace ya un par de años. Repleto de una paciencia monacal, parco y austero, cariñoso y comprensivo, cáustico cuando la ocasión lo ameritaba y cálido por definición; Alejandro se fue y a muchos (al menos para mi) aún nos hace falta. Hermano querido, no podemos ni queremos olvidarte.

Fue también esta semana la de la Fraternidad con f mayúscula. La que nos trajo a la memoria una historia de compromiso que desde hace 65 años corre silenciosa por las venas de Medellín y Antioquia. Esa Fraternidad que “asomó su cabeza” con hermosa timidez en la noche del jueves y que nos recordó a casi dos mil personas que mucho de lo que somos hoy y no reconocemos viene de hombres y mujeres que actuaron como hermanos, como Fraternidad, para dar luz a una institución que ha sido el faro de la acción social y el soporte de muchos otros que ven la vida más allá de la comodidad.

Se apareció esa palabra, Fraternidad, en forma de abrazos sinceros con amigos y amigas, de esos a los que desde antes de la pandemia no veíamos, que abrieron sus ojos de nuevo al asombro, que escucharon con atención las músicas distintas y que, de nuevo, conversaron frente a frente de temas poco importantes, pero muy significativos en medio del cada vez más escaso encuentro entre personas. Tal vez el gran enemigo de la Fraternidad es la virtualidad.

Es una palabra bonita esta que nos invita a pensar y actuar por los otros, a recuperar a los amigos que perdimos en la distancia, a plantearnos escenarios más dichosos que los que nos vende la actualidad en redes de una disputa entre este “gobernante” y una clase empresarial que, atónita ante tantos cargos inventados, es presa de su timidez y rehuye rebajarse a la lucha en el fango que el contradictor ofrece.

Fraternidad Medellín es una hermosa institución; pero más que eso es una necesaria inspiración que todos deberíamos conocer para entender que esta ciudad de riqueza es también la ciudad de muchas necesidades sin atender, y más hoy cuando la ceguera y la mentira estatal es la norma que nos rige.

Más Fraternidad, Medellín 

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