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Ser desarrollado es lo evidente: salarios más altos donde la clase media no es la excepción, sino la regla; es seguridad en las calles y en las carreteras.
Por Mateo Castaño Sierra - @matecastano
Las obsesiones funcionan. Los argentinos se obsesionan con el fútbol y por eso ganan los mundiales. Los rusos se obsesionan con el conflicto y por eso ganan las guerras. Los gringos se obsesionan con la libertad y por eso hacen dinero. Las obsesiones funcionan porque guían las acciones en el día y los sueños en la noche. Porque cuando hay una obsesión lo difícil se vuelve fácil. Entonces ¿cuál es la obsesión de los colombianos?
La verdad, no sé cuál es. Pero sí creo cual debería ser: convertir a Colombia en un país desarrollado en el menor plazo posible. Imaginar a Colombia desarrollada suena tan improbable como ver al Medellín levantando la Libertadores. Pero lograrlo es mucho menos difícil y más plausible de lo que creemos. Y debería ser la meta a la que mi generación, los milenials noventeros, deberíamos apuntarle como propósito de país.
Ser desarrollado es lo evidente: salarios más altos donde la clase media no es la excepción sino la regla; es seguridad en las calles y en las carreteras; es confianza pública alta y corrupción bajita; es oportunidades abundantes para aprender y emprender. Pero también es lo no evidente: Es confianza en el futuro y libertad para construirlo en el presente. Es atraer a los colombianos que se han ido y no despedir a más para que se vayan. Es ser parte del concierto de las naciones que lideran la historia y no de las espectadoras que esperan a ver que les llega.
Pero ¿cómo lo logramos? ¿cómo pasamos de la realidad al sueño? Los economistas lo tienen claro: sólo con crecimiento económico. Colombia hoy tiene un ingreso anual por habitante de $8,000 dólares (unos $2.7 millones de pesos al mes) que equivalen internacionalmente al doble ($16,000 dólares) ajustado por el costo de vida de Colombia. Según los organismos internacionales esto no nos hace un país pobre pero tampoco nos hace un país rico. Somos de ingreso “medio-alto”. Y para ser desarrollados ese ingreso debe ser de $35,000 dólares al año; más del doble.
Hasta 2022, a la velocidad que crecíamos anualmente (3%), a Colombia le tomaría unos 25 años ser un país desarrollado. Yo que nací en 1991 iba a ver a Colombia convertirse en país desarrollado a los 58 años. Pero desde 2022 la velocidad de mejora de la economía ha colapsado, y al ritmo que vamos (1.5%) nos tomará el doble de tiempo ser desarrollados: Pasamos de lento pero seguro a muy lento e inseguro. Para mí ya no sería a los 58 sino a los 83 años. Es el efecto del interés compuesto: reducir sólo un poco el crecimiento económico aumenta en mucho el tiempo de llegada.
Pero el interés compuesto también funciona al revés. Crecer más rápido nos ayuda a ser desarrollados en mucho menos tiempo. Si Colombia creciera al 5% anual (como están creciendo Panamá, República Dominicana, Paraguay o como crecimos en varios años recientemente), llegaríamos a ser desarrollados a la vuelta de la esquina, en 2037. Por eso es por lo que el crecimiento económico debe obsesionarnos. Porque casi nada importa más. Porque ir rápido (5%), lento (3%) o muy lento (1.5%) hace la diferencia entre si seremos nosotros, nuestros hijos o nuestros nietos los que veamos a Colombia convertirse en ese país mejor y mejorado.
Así que, agradeciendo a El Colombiano por su invitación a escribir en sus páginas, a esta obsesión nacional dedicaré esta columna quincenal: a reflexionar sobre cómo construir una Colombia que llegue a ser un país desarrollado lo más rápido posible. Para que pueda verla yo, y no sólo quizás mis hijos o mis nietos.