Tardíamente he perfeccionado un oficio que le podría sumar denarios a “mi flaca bolsa de irónica aritmética”: el de rescatista de libros perdidos. Precios sin competencia para las primeras cien personas que llamen a solicitar asesoría.
Acabo de dar el último golpe contra los desaparecedores de libros. Daba (casi) por perdido “Álbum para Matilde” de León de Greiff. Se lo había prestado a un ateo tan convencido que se enguarala diciendo amén.
Es bibliotecario, columnista, traductor-traidor, novelista, ducho en inventarse enemigos, poeta. Está escribiendo una biografía sobre el panida. “¿Su nombre? Sí lo sé, mas no lo digo”. Sus apellidos, Abad Faciolince.
Había jurado por el gato de una vecina suculenta que no revelaría el dato sobre la biografía...