Esta película colomboasiática es una pausada búsqueda de perfección. Lo es en la historia que cuenta y no cuenta, en la manera de eslabonar el relato, en el empuje nervioso con que ilustra la relación íntima de todo con todo.
Está atravesada por un golpe con sonido de bala. Emplea sus dos horas y cuarto en descifrar el origen remoto de este tiroteo espaciado. En esta ruta suelta, una filosofía apegada a las piedritas casuales del entorno y a los aguaceros puntillosos del trópico.
Todo sucede en Bogotá y un pueblo tolimense. En estas locaciones resuena el bullicio y desorden de Bangkok, tan parecido al de nuestro país bang bang. Nos lleva de la mano una mujer escocesa, alta, flaca, de cara sin edad. Es la actriz icónica Tilda Swinton, quien nunca se desprende de su mochila arhuaca ni de su transparencia metafísica.
Dirige y escribe el tailandés Apichatpong Weerasethakul, nombre ferrocarrilero que los miembros del equipo colombiano abreviaron en Api, para no descabezarse en el intento. También artista plástico, va en pos del misterio de la vida. Parte de unos cráneos agujereados hace seis mil años y cierra con el despegue de una descomunal roca lustrosa hacia el más allá sideral.
En persecución de aquel sonido exacto, a medida que opera la empatía como aglutinante molecular, el acertijo se desenreda debajo de una cama sin tender donde la memoria oye una masacre. El actor cucuteño Elkin Díaz, dueño de la cama, ejecuta una falsa muerte paralizada que alarma a los espectadores.
“Memoria” es un drama sobre la vida como obsesión. Solo que la vida aquí desborda los siglos, la materia, las rupturas inventadas entre los humanos y las cosas, incluso este planeta único que, con seguridad, continúa más arriba de las nubes. Todo presentado por el director demiurgo que mezcla deslumbrantes escenarios de nuestras universidades y bibliotecas con las montañas cafeteras de donde emerge el halo circular de un recuerdo peligroso.
El premio del jurado del festival de Cannes de este año y el largo aplauso de aquel público especializado consagran a “Memoria” como obra de arte esencial. Siente y narra igual que los jóvenes poetas del futuro: entregando pulsaciones fragmentadas, fuerzas del aire, para que la gente componga sinfonías