Desde niño tengo relaciones íntimas con una biblioteca, la Piloto. Soy un deudor moroso – y amoroso - de sus servicios. En 1954, cuando empezó a culturizar gente llevando libros a los barrios en los famosos bibliobuses, yo era uno de los usuarios.
Los extraños carros de la Piloto que parecían venidos de otros mundos, llegaban a la cuadra y, en plena calle, dejaban en manos infantiles o adultas el maná de la lectura.
La gente era buena como el pan. O la leche, que dejaban en botellas en la puerta de las casas. Allí permanecían hasta que los legítimos dueños las retiraban. Dicho con el poeta-tallerista Jaime Jaramillo Escobar, la Piloto era la biblioteca personal de cada uno de nosotros.
Y como el mundo estaba tierno, muchos de los libros nos entraban...