La obsesión por el tamaño del pene es más vieja que el tabaco. Las representaciones fálicas datan de las primeras toses, allá en la Edad de Hielo, siglo arriba o abajo. Hace no mucho se halló una verga de piedra bien pulida en unas cavernas alemanas de unos 28.000 años de antigüedad. El calibre de la pieza, de 20 centímetros de largo por 3 de ancho, arroja serias dudas sobre si el artista era un vacilón o si el abalorio trascendió su función figurativa como juguete sexual de la manada. Sin embargo, la fascinación fálica que nos acompaña desde que Adán la lío parda para no acabar en el sofá jamás se ha traducido en un estudio empírico fiable sobre el tamaño estándar del pene. Esto ha dado lugar a un sinfín de elucubraciones sin base científica conocida, como las que relacionan el tamaño de la nariz o de las manos de un varón con la longitud del miembro masculino. Según las leyendas populares, fundamentadas en el dicho de que «cuando el río suena, agua lleva», a mayor napia mejor dotado estará el varón. Otras aseguran que los africanos, y más concretamente negros, se llevan el oro olímpico por centímetros, seguidos de europeos y latinoamericanos. Australes y asiáticos cierran la tabla. Camboyanos, chinos e indios son los colistas, aunque el término no parezca el más apropiado dadas las circunstancias. Sin embargo, esta clasificación carece de un respaldo metodológico claro ya que da la casualidad de que los países mejor dotados no son precisamente fiables en cuanto a estudios científicos se refiere. No solo eso, sino que en la mayoría de los casos los que encabezan la lista suelen ser países donde el machismo está tan asentado que es casi religión.
Así las cosas, huérfanos de medidas certeras, hemos de convenir que la única referencia clara nos la dan los fabricantes de condones. Y ahí, señores y señoras, se ve a las claras la talla de cada cual. Hace unos meses, una comisión de parlamentarios ugandeses hizo una gira por el país y llegó a la conclusión de que los condones disponibles para la población eran de una talla insuficiente para el tamaño de los penes de la mayoría de ugandeses. «Se ha comprobado –señaló el diputado Tom Aza– que algunos hombres tienen órganos sexuales mucho mayores y sería aconsejable proporcionarles preservativos más grandes». «Cuando los hombres pasan a la acción, con la presión, los profilácticos revientan», detalló el caballero en la televisión estatal. La cuestión no es para tomársela a guasa ya que en Uganda el desajuste de tallas es un problema de salud de primer orden, en un país con un 7,3% de la población contagiado de VIH. Aunque entre 1992 y 2005 el porcentaje de enfermos había decaído desde el 18% al 6,4%, en la última década ha repuntado y hoy afecta a 1,4 millones de habitantes. La invasión de los condones «low cost» chinos es la raíz del problema. Como ya ocurriera en Cuba o en Suráfrica, donde el drama del Sida es aún más agudo y que rechazó una partida de 11 millones de condones chinos por no dar la talla, los profilácticos llegados de Asia no cubren las “expectativas” y llegan caducados.
El asunto se ha trasladado ahora a Venezuela. Donde el desabastecimiento es tan agudo y la crisis tan severa, que los condones chinos parecen ser la única solución para frenar el VIH sin tener que recurrir a malabarismos. Pero los venezolanos no se la juegan y prefieren comprar en la red condones “premium” aunque para en ello se dejen el sueldo. El asunto tiene más aristas de lo que parece y nos deja tres conclusiones claras. Primera, que en lo que realmente importa nadie se la juega con productos chinos –ya sean aviones, automóviles, medicamentos o condones–. Segunda, que Venezuela es un caos absoluto y acabará peor que Cuba si sus ciudadanos no se rebelan de una vez contra el botarate que supuestamente los gobierna. Y por último, que aunque Asia domine el mundo, ahí abajo seguirán sin dar la talla. Es un consuelo