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Ninjas y Cuadernos de vándalos

Por Carlos Alberto Giraldo M.

carlosgi@elcolombiano.com.co

El manual de operaciones hallado en las pertenencias de uno de los vándalos que destruyeron mobiliario urbano público y privado en las calles de Bogotá, el martes pasado, da cuenta de una infiltración calculada en las protestas, que revela un salvajismo con perfil criminal (preparado y consciente) que ya no es solo resultado del malestar social y ciertas pulsiones destructivas ante este Estado de precariedades y corrupción, sino que responde a métodos de sabotaje y desestabilización.

Señalar esto, hay que decirlo desde el principio, no invalida el derecho -¡y el revés!- de una agenda de reclamos, dada la pobreza de las políticas oficiales ante la masa de necesidades de los sectores ciudadanos más vulnerables.

Lo que sí indica es que hay una penetración sistemática de grupos con intereses que van más allá de los ajustes y el desarrollo del sistema, y del diálogo y el debate propios de una democracia amplia y deliberante. ¿Organizaciones más proclives a la destrucción, la disolución de lo existente?

Estos encapuchados, con sus camisetas que envuelven los rostros en una estampa parecida a la de los míticos ninjas japoneses (con su actitud tan mercenaria), saben ordenar sus líneas y roles, pero sus ladrillos y adoquines lanzados con brutalidad odiosa y asesina hablan de un pobre remedo de guerreros y causas.

Se entremezclan con artistas, estudiantes, obreros, amas de casa y desempleados, pero su libreto es la agitación violenta, con tareas fijadas por otras figuras y fuerzas en la trasescena. ¿Sirven a delincuentes que fueron incapaces de desencadenar algún proceso de cambio desde el humanismo y la decencia, y que optaron por las prácticas terroristas y mafiosas? ¿Cabecillas desfigurados y superados por la historia ante el atraso de sus argumentos?

Los manifestantes que obran con la buena fe de crear consciencia y de construir un país en que quepamos todos, deben aislar y expulsar de sus marchas a estos “ninjas criollos”, copia tan colombiana de violencia ciega e instintos asesinos, para evitar que otros sectores no vean en las movilizaciones una propuesta para discutir y hacer mejoras, sino la amenaza de destrucción de cuanto han podido levantar y tejer con trabajo y bondad.

Ante las luchas internas y oscuras que arrastra este país, sería bueno que desaparezca el estilo clandestino, dañino y plagado de odios, y que se cultive un sentido de confrontación honorable, de respeto por la humanidad de todos, cuyo signo no sea la muerte.

Hay una sociedad cansada de paramilitares, guerrilleros, sicarios, mafiosos y tantas plagas criminales que minan sus marchas, y siempre buscan incendiar las parcelas de civilidad y entendimiento.

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