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Diego Aristizábal
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No hacer nada

Por Diego Aristizábal Múnera - desdeelcuarto@gmail.com

Es curioso cómo este mundo arquitectónico de mínimas proporciones, de la practicidad, de la optimización de espacios y de lo indispensable; que cree, además, que las casas cada vez más son lugares de paso y de sueño, no de ensueños, de estar y regocijo, ha decidido eliminar los sótanos y las buhardillas, los desvanes y los patios y, por ahí derecho, le ha quitado a muchos niños el derecho ineludible de “aburrirse” de la manera más increíble.

Cada vez menos hay cuartos prohibidos porque hasta el más mínimo espacio hoy tiene que destinarse a algo útil. Ya ni los abuelos ni los padres tienen cuartos de herramientas, frascos con tornillos, televisores o radiolas arrumadas capaces de hacer soñar más que esos aparatos enormes de hoy que son coquitos por dentro, así funcionen. La luz, las paredes delgadas, poco a poco, han desterrado a fantasmitas ilustres. En estos diminutos espacios es claro que están ellos o nosotros, ya no hay cama para tanta gente.

Y así entonces, a los niños ya no les interesa estar solos, todo es tan obvio y tan plano; los pobres han crecido sin saber que es posible encontrar un yo de fantasía que de manera asombrosa no está conectado a ningún cable de la luz. Esta semana volví a leer un fragmento de La poética del espacio de Gaston Bachelard. El texto evoca lo dichoso que es el niño que ha poseído, verdaderamente poseído, sus soledades. Según él, es bueno, es sano que un niño tenga sus horas de tedio, que conozca la dialéctica del juego exagerado y de los aburrimientos sin causa, del tedio puro.

Bachelard recuerda una anécdota maravillosa del escritor Alejandro Dumas quien, según dicen, era un niño aburrido, aburrido hasta llorar. Cuando su madre lo encontraba así, llorando de aburrimiento, le decía: - ¿Por qué lloras Dumas? Y el niño de seis años respondía: Dumas llora porque tiene lágrimas -. Sin duda esta anécdota señala maravillosamente el tedio absoluto, “ese tedio que no procede nunca de una falta de compañeros de juego ¿No hay niños que dejan de jugar para ir a aburrirse a un rincón del desván? Desván de mis tedios, cuántas veces te he echado de menos, cuando la vida me hacía perder el germen de toda libertad”, agrega el filósofo.

Pero si a falta de espacios “inútiles” en una casa, le sumamos el montón de tareas que tiene que hacer un niño apenas sale del colegio, incluso en vacaciones, es obvio que en cuestión de segundos, apenas tenga que abrir libros y cuadernos, sin importar si está cansado, aparecerá como por arte de magia la más terrible y perversa interpretación de todas las aburriciones, la cual, desde luego, no es digna, porque una aburrición adecuada no nos hace creer que perdemos el tiempo, al contrario, nos transporta en él, hace que esos instantes, luego, sean memorables.

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