Mi ciudad se quebró, pero mi gente no.
Regreso a algunas de las calles donde crecí y no las reconozco. Hay decenas de edificios caídos por el terremoto de 7,1 grados, pero los pedazos de cemento están cubiertos por una manta de cascos azules, rojos y blancos. Los trabajadores paran, levantan el puño y piden silencio. Es la señal de que, quizás, han encontrado a alguien con vida entre los escombros. Luego, bajan los brazos y esa manta multicolor se vuelve a mover buscando otra oportunidad.
No muy lejos, detrás de una cinta de la policía, esperan cientos de familiares. Dan las 2 de la mañana y todavía no se han ido. Ni se irán, hasta saber si su mamá, si su hermano, si su hijo está entre los muertos.
Conchita está angustiada y enojada. Su hija Karen,...