El domingo pasado, la imagen del desierto se ofrecía como camino de la vida cristiana en purificación. Hoy aparece un nuevo escenario: la montaña, para este itinerario cuaresmal de vida con referencias semejantes. Tanto el desierto como la montaña, son lugares de silencio, soledad, apartamiento del mundo y de las cosas de la tierra; lugares para exponernos a la trascendencia y a una transformación – transfiguración- Así sucedió con el hombre, con el pueblo de Dios, con Jesús y sus discípulos y con nosotros: la Iglesia, hoy.
Nuestro mundo tiene sus ventajas y opciones; pero igualmente sus carencias y pérdidas. Hoy hemos aceptado vivir de una manera, aterrizada – quizá muy interesada- pero intrascendente. A veces sin mucha conciencia, ¡sin sentido!...