No me sorprendió que Alejandro Gaviria anunciara su voto por Gustavo Petro. Me parece una adhesión coherente: las ideas de Gaviria en temas sociales y ambientales siempre han estado más cercanas a Petro que a la visión de país de Rodolfo. Es más, en propuestas económicas concretas como la reforma pensional, Petro y Gaviria no solo eran cercanos, sino que prácticamente coincidían (si me preguntaran a mí, yo también estoy del lado de ellos en ese tema). Lo que me sorprendió de Gaviria no fue su apoyo a Petro, lo que me sorprendió fue la manera frontal y vehemente en la que decidió hacerlo: con un tipo con el que supuestamente había tantas diferencias de fondo, con un candidato que no dudó en calumniarlo directamente a él y a la memoria de su papá, es imposible no pensar que hay un cálculo político futuro más allá del apoyo. Aún así, dada la coyuntura, apoyos de figuras como él algo patean el tablero.
Voté por Alejandro Gaviria en las consultas y, aunque su anuncio no cambia para nada mi decisión de no votar por Petro, debo aceptar que sí tiene un impacto en mi visión del panorama electoral: apoyos como el de él le dan legitimidad. No es lo mismo Petro al lado de Roy y Benedetti que Petro al lado de Alejandro Gaviria y Mockus. No es lo mismo una victoria aplanadora de Petro en primera vuelta que una victoria de Petro en segunda donde le toque moderar su discurso y conceder para buscar apoyos. No es lo mismo la versión extrema de Petro de 2018 que el Petro politiquero y gamonal de 2022.
Sin embargo, sigue siendo Gustavo Petro. No creo que Petro sea un bandido, pero sí estoy convencido de que son tantas sus ínfulas de poder que es capaz de sumar al barco a los bandidos que sean necesario con tal de alcanzar su objetivo de ser presidente. No creo que Petro sea malintencionado, pero sí estoy convencido de que la materialización de la visión de país que tiene sería catastrófica. Una pobre oposición al ideario de Petro ha infantilizado y trillado el argumento de que “nos vamos a volver otra Venezuela”, pero como venezolano expatriado para mí es imposible minimizar el riesgo que tenemos de repetir muchas de las políticas que llevaron a la mayor crisis humanitaria de la región en los últimos 50 años. La descentralización de su poder político y económico hacen que Colombia no sea Venezuela, y el precedente cercano de Venezuela y lo vendido a los clanes políticos que llegaría Petro al poder hacen que Petro pueda ser un Amlo más que un Chávez, pero aún así no tengo interés alguno de que el valor de mi nacionalidad colombiana corra el peligro de igualarse por lo bajo al valor de mi nacionalidad venezolana. Por todo lo anterior, me trago todos los sapos y voto por Rodolfo. Me trago su peligrosa demagogia anticorrupción, su desprecio por los mecanismos institucionales, sus posturas sociales retrógradas, sus creíbles acusaciones de corrupción y sus alianzas locales con figuras cercanas a Daniel Quintero, como Mauricio Tobón, Camilo Londoño y Albert Corredor. Creo que, entre dos alternativas malas, hay una que es decididamente peor. Rodolfo sigue siendo el más opcionado, pero pase lo que pase será apretado. Sin Antioquia, donde la indecisión sigue siendo alta, no podrá ganar. Me parece totalmente respetable, legal y legítima la decisión de quien vaya a votar en blanco. Opino lo mismo del que decida no votar. Sin embargo, aunque pueda arrepentirme de esta columna en un futuro, por mi lado no votaré en blanco: mi voto será por Rodolfo Hernández