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Elbacé Restrepo
Columnista

Elbacé Restrepo

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¡NOS GRADUAMOS!

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

Disculpen, queridos lectores, por desnudar mi alma frente a ustedes. No es la primera vez —ni será la última— pero hoy me asiste una razón poderosa: No todos los días un hijo termina su carrera profesional. Y qué pena, pero tanta felicidad no la puedo dejar para mi sola.

Y digo “nos graduamos” porque, aunque fueron 35 nuevos médicos que terminaron las clases para ponerse al servicio de la sociedad, las familias también recibimos, de sus manos, un diploma de amor y gratitud, “Por todo su amor, paciencia, entrega, dedicación y apoyo en la realización de un sueño que adoptaron como propio”. Dado en Medellín a los 26 días del mes de julio de 2019. Firmado, en nuestro caso, por el nuevo doctor que lleva nuestros apellidos.

“¡Modestia, apártate!”, como dice Óscar Domínguez. Más que merecido el reconocimiento, porque supongo que en todos los casos fue un esfuerzo de toda la familia. Mientras ellos corrían hasta su objetivo, nosotros íbamos detrás, como aguateros de confianza, pendientes de que nada les faltara para conseguirlo. Y no precisamente quitando los obstáculos para que pasaran fácil, sino alentándolos para rebasarlos enfocando sus energías en dirección a la meta.

El camino fue largo y a veces extenuante, pero la satisfacción de la misión cumplida nos permite sentarnos, hacer una pausa, tomar aire y disfrutar la llegada a este peldaño, que seguramente será apenas uno más en su escala de sueños.

Si en vez de médico fuera carpintero, como lo expresaba con determinación a los seis años de edad, tal vez el esfuerzo económico hubiera sido destinado a comprar cinceles, punzones, gubias y otras herramientas, pero yo estaría aquí, igual de feliz, celebrando su logro. Verlo convertido en un adulto capaz de decidir sus amores, sus proyectos y sus propios caminos, valió cada peso, cada trasnocho, cada lágrima (a veces muchas) cuando alguna materia se complicó más de la cuenta. Ahora está listo para volar alto. Los valores, las convicciones y las propuestas de vida construidas en los salones de la universidad y en el comedor de la casa, serán su bitácora de viaje.

De las jeringas de juguete a la sala de emergencias... ¡Y todo en un parpadear! Cuando lo veo venir de bata y estetoscopio en mano, sigo creyendo que vamos a jugar “hospital”, pero no... Este nuevo médico, que de niño solo tiene la cara, ahora lleva una enorme responsabilidad en sus manos: Encontrar alivio para los demás. No habrá nada más sanador que la sonrisa y la alegría con las que reciba siempre a sus pacientes, ninguna receta superará el tiempo que dedique a escuchar las razones particulares de cada consulta, a veces venidas de lo más profundo del alma, por las que el cuerpo demanda atención. Que lo guíe la sabiduría, fruto de la formación científica, pero que no deje nunca por fuera de su consultorio la intuición, el corazón, los sentidos ni la fuerza sanadora del amor que fortalezca su vocación. Y en este punto las palabras ruedan por mis mejillas...

¡Ve por más, Dr. de mi corazón, que esto apenas comienza!.

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