En el pantano de polarización vigente, vale la pena asomarse a los escritos de un hombre que postuló la burla como método. El dublinés Óscar Wilde, cuya vida se apretujó casi matemáticamente en la segunda mitad del XIX, pronunció certezas en las que por parejo brillan las mentiras.
No es un malabarismo verbal, es un choque hacia la inteligencia para que el lector se sobresalte sin opción de fugarse hacia la indiferencia ni el escepticismo. Allí se inscribe su postulado contra la división ruda entre quienes se creen monopolizadores de la razón y quienes piensan lo opuesto.
Afirma Wilde en “La verdad de las máscaras”: “Una verdad es aquello cuyo contrario también es verdadero”.
Viéndolo bien, este autor se adelantó por lo menos medio siglo a los hallazgos del físico teórico alemán Werner Heisenberg y su principio de incertidumbre. Quiso el destino que estos dos genios se pasaran la antorcha de la vida, prácticamente mano a mano. En efecto, Wilde murió en 1900 y Heisenberg nació en 1901.
La incertidumbre destierra la posibilidad de un conocimiento preciso sobre la posición y velocidad de una partícula. De modo que, del orgullo de la física clásica basado en esa posibilidad, se pasa al realismo de la nueva física cuántica por cuya creación recibió Heisenberg el Nobel de física en 1932 (¡un bebé!). Existe, pues, una limitación a nuestra capacidad de medida y de saber. Solo es posible alcanzar una aproximación.
El impacto de este hallazgo sobre el concepto de verdad y sobre la eficacia de la demostración humana de esta verdad es enorme. Perturba los diversos órdenes del conocimiento. Pasar de la precisión a la aproximación es una confesión de que estamos sumergidos en un mundo tembloroso, compuesto por la dualidad partículas-ondas.
Son justamente los filósofos y científicos sociales quienes han echado a rodar vocablos equilibristas, como complejidad, mundo líquido, relatividad, deconstrucción, devenir.
Así las cosas, una verdad y su contrario están lejos de ser las dos mitades de un queso cortado con cuchillo. Las dos posiciones en apariencia irreconciliables, que separan a muerte a los contradictores de la situación política nacional, en realidad no resisten un análisis a la luz de la ciencia contemporánea