En su nueva novela Tiempos Recios, Mario Vargas Llosa nos muestra cómo en los años 1950 los gobiernos democráticos de Guatemala intentaron hacer las reformas necesarias para sacar al país del rezago del feudalismo y eliminar las enormes brechas sociales que obstaculizaban el progreso del país.
Vargas Llosa no sólo narra cómo fue el golpe que sacó a Jacobo Arbenz del poder, sino que va tras las motivaciones, los actores internacionales y la construcción de una narrativa que armó un caso de intervención en Estados Unidos que terminó en un desastre cuyas consecuencias se sienten todavía. Es novela histórica que le muestra al lector lo fácil y peligroso que pueden ser las ficciones políticas, cómo los discursos que borran la realidad de los hechos se compran en un segundo por ambición, corrupción e ignorancia.
Las novelas no dan lecciones, o no deben darlas, pero la historia sí que puede hacerlo y debe hacerlo. En las últimas semanas Latinoamérica se ha visto una vez más azotada por la inestabilidad, por la amenaza de cambios violentos y el uso del descontento popular por grupos que venden ideas de cambios con el objetivo de que no cambiemos jamás. Que no llevemos la educación y las posibilidades de desarrollo a quienes más lo necesitan. Que no superemos la pobreza y que sigamos siendo un pueblo servil y dependiente del gobierno de turno.
Me atrevo a pensar que el propio título de la novela, Tiempos Recios, hace mucho más que identificar la novela. Creo que es también una estrategia para hacernos ver que no podremos avanzar jamás si seguimos siendo un continente desmemoriado, que ignora su historia, o peor aún que la menosprecia. Nuestros tiempos siguen siendo recios y la batalla por la justicia y la libertad que se libró entonces se sigue librando. Siguen los muchachos saliendo a morir, siguen los civiles más pobres cargando con la consecuencia de un liderazgo y un sistema corrupto.
Tiempos Recios deja al lector con una enorme incomodidad y una serie de pautas para la reflexión. Una de ellas, para mí la más urgente, el desgarrador desenlace de los demócratas, los idealistas y cómo los castiga el militarismo, la ambición y la política internacional irresponsable e inhumana.
Sin embargo, lejos de cerrar el libro con pesimismo pienso que la respuesta está ahí entre mis manos. Que si queremos liberar el continente tenemos que levantarnos, pero no en masa buscando un redentor, sino como individuos, asumiendo el control de nuestro destino. Y eso lo logran los libros. Al final la ficción como la que hace Vargas Llosa está no sólo para mostrar y plasmar historias e ideas, sino para liberar. Este es uno de esos libros que funciona como arma de liberación masiva.
Quizás suene muy idealista, pero en realidad no hay una gran obra de la humanidad que no haya empezado por la imaginación de alguien decidido a luchar por sus convicciones. La respuesta a tantos problemas está en los libros y como dijo el mismo Vargas Llosa “las sociedades educadas no pueden ser embaucadas”. Ahora es que necesitamos libros, educadores e idealistas. Y lectores.