Por david e. santos gómez
En medio de los muchos cambios de política internacional que ha impulsado el demócrata Joe Biden desde su llegada a la Casa Blanca, la nueva mirada a la relación Washington – Pekín acapara, con justicia, todos los focos. Al nacionalismo obcecado de Donald Trump, oportunista y maleable, se le pretende ahora dar sepultura con un impulso de renovado multilateralismo. Estados Unidos vuelve a mimar a Europa y a reconstruir su discursividad democrática, y es allí donde su posición sobre China requiere una nueva postura, ya no sostenida únicamente por las críticas a lo económico y a la guerra comercial sino enfocada, principalmente, en el papel de los derechos humanos.
Trump nunca se sintió cómodo con Pekín. Sin embargo, su antipatía, que iba desde las sanciones a empresas y conglomerados del gigante asiático hasta el infantilismo de apellidar como “chino” al coronavirus, no hizo demasiados reparos en el autoritarismo del país gobernado por el Partido Comunista. Biden quiere, en este punto, hacer un giro radical. No solo porque su regreso al mundo, después del american first del republicano, lo demanda, sino porque en China, incluso más que en Rusia, encuentra las barreras perfectas para delimitar su proyecto internacional. China es el verdadero polo opuesto de la realidad geopolítica del siglo XXI para Estados Unidos y debe desmarcarse de forma urgente.
El nuevo presidente de EE.UU. es un viejo zorro de la diplomacia. Conoce a China bien y sabe cómo esta avanza sin afanes, pero sin pausa, en el tablero mundial, y sobretodo en el hemisferio. Las bravuconadas y el inmediatismo no funcionan acá. Al menos no ofrecen los réditos a largo plazo que pretende la administración demócrata.
Parece lógico e incluso obvio cuando se lee: que Estados Unidos y China difieren en sus principales valores políticos y sociales. Al menos en el relato. Sin embargo, tras los cuatro años de ese torbellino indeseable que fue Donald Trump, incluso las mayores certezas de la política contemporánea perdieron su fuerza. Sus contornos se difuminaron. Por eso, en las primeras conversaciones que se han dado entre Biden y Xi Jingpin, el tono ha cambiado. Washington quiere advertir con igual fuerza tanto lo que es, como lo que no es. Y Pekín allí se desempeña como límite. Como el espejo en el que se reflejan para verse diferentes