La corrección política pasó de ser un requisito diplomático a convertirse en una plaga contemporánea. El prurito de buscar un registro coloquial para acercarse al interlocutor, a veces consigue que se pierda el sentido original del discurso. Desvirtúa su belleza.
Cuando toca la religión, la excesiva corrección o búsqueda de proximidad esfuma la originalidad del rito, la sonoridad que sus palabras tienen en nuestra memoria.
“Benignísimo Dios de infinita caridad que tanto amasteis a los hombres, que les disteis en vuestro hijo [...]”; quienes podemos recitar de corrido el texto de la novena de aguinaldos somos legión (resulta maravilloso observar la sonrisa de descreídos ocasionales y ateos permanentes que la repiten sin titubear, a pesar de sí...