La semana pasada un amigo me compartió un artículo que me llamó bastante la atención. Este iba acompañado de una nota que cuestionaba: ¿Cuál es tu opinión de la obsolescencia en un marco de innovación? A decir verdad, leer el artículo me generó conciencia de un tema que, a pesar de su importancia, muchas veces pasa desapercibido, y es que con la excepción de algunos, cuando compramos pocas veces pensamos en su fecha de caducidad.
Sin embargo, la invitación a reflexionar sobre este tema es de vital importancia para la sostenibilidad del planeta en un marco de crecimiento económico y de consumo, muchas veces desbordado. Para nadie es un secreto la presión que se ejerce al interior de las grandes organizaciones en las que, su día a día, se debate en los crecimientos presupuestales de sus ventas. Cada año la clave para estas compañías parecen estar en aumentar participación, vendiendo más del mismo producto. Para lograr esto deben generar estrategias para que el mismo consumidor acepte renovar a nuevas versiones de un producto que ya tiene y que, la mayoría de las veces, es suficiente para colmar su necesidad. Esto es, con mayor frecuencia buscamos comprar el televisor de más alta definición y para ello desechamos el anterior o lo regalamos y rápidamente ese televisor anterior se descontinúa del mercado y ante una falla es literalmente imposible conseguirle un repuesto. Lo mismo ocurre con los celulares, computadores, videobeam, vehículos, productos que tienen vida media definida no solo por su calidad sino también por su ciclo tecnológico. Es decir, así el producto funcione la “evolución tecnológica” te obliga a sustituirlo por otro que te dé más funcionalidades en ciertas plataformas tecnológicas.
El dilema es que a este ritmo de consumo el planeta está siendo inundado de productos desechables, de corta vida, que gracias a nuestra poca conciencia ambiental estamos acabando con el medio ambiente, lo cual se evidencia en el estado actual de nuestros mares, playas y ciudades. Y la cuenta de cobro ha comenzado a llegarnos, basta mirar lo que ocurre en la selva amazónica para entender que este es un problema tan real como actual.
La obsolescencia programada de los productos no puede ser un negocio. Debemos más bien movernos en la reutilización de lo que consumimos con adaptaciones puntuales que no impliquen el recambio total del producto sino más bien el mejoramiento a partir de piezas específicas. Además de esto, revisar ciertos productos que puedan ser de utilidad durante décadas gracias a la calidad de sus materiales.
La fundación FENISS, creada por Benito Muros, es una gran innovación, diría, de enorme relevancia para el planeta, porque busca crear productos sin obsolescencia programada que pueden durar incluso siglos. En este escenario el consumidor adquiere unos bienes que no va a remplazar por mala calidad o por desarrollo de nuevas tecnologías. Esta tendencia, al igual que la economía circular, tiene un enorme espectro para que las universidades, las startups y las mismas empresas se concentren en líneas de investigación para desarrollar innovaciones que busquen reutilizar, reparar y mejorar sin necesidad de desechar. El reto está claramente en cómo disminuir los desechos que generamos para así pensar en nosotros y en las generaciones venideras.