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Elbacé Restrepo
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Elbacé Restrepo

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¡OIGAN A ESTAS!

Por Elbacé Restrepo

elbaceciliarestrepo@yahoo.com

“Oigan a estas, dizque llorando por semejantes delincuentes”, me dije, después de ver el video de las señoras de los secuestradores capturados en Aguas Frías, llorosas, con gritos lastimeros de apoyo, amor y ¿complicidad, acaso?

“¡Oigan a esta! Si ellas así los quieren ¿a usted qué le importa?”, me respondí a renglón seguido. Porque a veces hablo sola y hasta me contradigo.

Y en esa conversación conmigo misma, me pregunté qué tienen de distinto Emma Coronel, la mujer del “Chapo” Guzmán, y ellas. Pues sí, la plata, obviamente, pero poco más.

Y no vamos tan lejos, me dije. ¿Qué tienen en común las ya mencionadas con las mujeres de los paramilitares, de los guerrilleros, de los extorsionistas y de los delincuentes de cuello blanco que han sido capturados en algún momento de sus vidas? Aunque no he visto videos que evidencien sus reacciones al momento de las capturas, Emma Coronel resume lo que muy seguramente es el sentir de todas: "Es lo que haría cualquier esposa en mi lugar, estar con su esposo en momentos difíciles. Para que me vea presente y sienta mi apoyo. Siempre contará conmigo”.

“No, pues, semejante joyita”, podemos decir todos los demás y construir elaborados discursos sociológicos, psicológicos y moralistas, pero olvidamos un detalle así de chiquitico: Aunque estén del lado de la delincuencia, estas personas tienen sentimientos. Y otro: Para ellas son sus novios, sus maridos, los papás de sus hijos, sus proveedores, sus hermanos, qué sé yo, sus héroes... distintos a lo que otros vemos.

En uno de esos libros viejitos de cualquier biblioteca, Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, de Dale Carnegie, hay dos historias para desmenuzar el pan. Una es sobre la captura de “Dos Pistolas” Crowley, uno de los criminales más peligrosos de Nueva York, para cuya captura montaron un operativo de película. Cuando finalmente lo detuvieron, escribió una carta en una hoja manchada con su propia sangre en la que decía: “Tengo bajo la ropa un corazón fatigado, un corazón bueno, un corazón que a nadie haría daño”. Cuando fue llevado a la silla eléctrica, no reconoció que eso le pasaba por haber matado a cientos de personas, sino por defenderse.

La otra registra: “He pasado los mejores años de mi vida dando a los demás placeres ligeros, ayudándoles a pasar buenos ratos, y todo lo que recibo son insultos, la existencia de un hombre perseguido”. Atentamente, Al Capone, el enemigo público número uno, el más siniestro de las bandas criminales de Chicago que no se culpó de nada nunca y se consideraba, en cambio, un benefactor público incomprendido. Los delincuentes no se ven a sí mismos como tales, y sus familiares tampoco.

¡Ay! ¡La complejidad de las relaciones humanas! Se necesita mucho más que nuestros juicios de valor estereotipados para cambiar la historia o para justificarla, dependiendo de la orilla en la que estemos parados, porque mientras unos alientan a los bandidos de sus amores, otros aplaudimos la legalidad. Y así será siempre, hasta que nos indignen más el delito y los delincuentes, lo verdaderamente grave, que el llanto de los allegados

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