¿Estamos todos de acuerdo en que el primer deporte nacional de Colombia es el fútbol y que contradecir es el segundo? Aunque, para ser honesta, creo que el orden debería ser invertido. Si en llevar la contraria tuviéramos que emplear los músculos, el nuestro sería un país de atletas altamente competitivos. Lo hacemos todos, todos los días, a todas las horas y con respecto a todo.
Basta con que alguien haga algo, proponga un proyecto, exponga alguna idea o tome alguna iniciativa para que le lluevan críticas y descalificaciones. Y no se necesitan muchas razones, con una es suficiente: “Porque yo lo digo”. Tenemos una sabiduría innata, rara y particular que nos permite conocer de todo y saber de ello más que cualquiera otro, incluso más que aquellos que han estudiado a fondo durante años el asunto en discusión.
Esto, que podría ser una situación folclórica y simpática adquiere visos dramáticos con consecuencias horribles cuando se aplica en el campo de la política, porque en este caso la crítica y la contradicción no parten de la premisa de que el detractor esté tratando de proponer, con razón o sin ella, mejores formas de hacer las cosas para que el resultado sea enriquecedor. Nanay cucas. En política no hay oposición sin dedal. Detrás de la contradicción subyace la intención velada, y a veces no tan velada, de que al mandatario de turno le vaya mal para que al contradictor le vaya bien en la próxima jugada, sin importar que quien sufra las consecuencias sea “el pueblo” que está necesitado y ansioso de buenos resultados. Y lo pongo entre comillas porque ahora es un concepto tan manoseado que perdió su jerarquía y su dignidad.
Se volvió costumbre que el perdedor en unas elecciones, sean regionales o nacionales, de inmediato se declare “en oposición” al gobierno, incluso sin que haya empezado a actuar y por tanto aún no esté mostrando aciertos o errores. Sin darle vueltas, esto no es oposición sino ánimo destructivo. Tampoco es altruismo, sino mezquindad. La premisa es: “Me opongo a todo para que le vaya mal y en las próximas elecciones a mí me vaya bien”. ¿Y la gente? Mal, llevada, tirando aguante, gracias. ¿Oposición? Sí, pero no así.
La oposición es necesaria, porque gobernante perfecto no hay. A pesar de una buena estrategia, un buen equipo de gobierno, las mejores intenciones y muchas ganas de acertar, cualquier mandatario puede equivocarse (claro que algunos se equivocan muy feo y con mucha frecuencia), y es entonces cuando los opositores deben entrar en escena para señalar los errores y exigir correcciones. Esto es oposición constructiva. Pero la oposición morbosa, por protagonismo y sin reflexión destruye y obstaculiza. Y la verdad es que el palo no está para cucharas. No podemos desperdiciar esfuerzos, recursos, tiempo y oportunidades en atacar destructivamente.
La oposición en política debería ser como la competencia en ventas: Con calidad, sin trampas y sin ataques rastreros. Colombia necesita urgentemente consensos constructivos que nos ayuden a crecer, no a caer más bajo de lo que ya estamos.