Alejandro Ordóñez no es un católico austero. Tampoco es una figura capaz de comportar la virtud de la caridad que enseñó Cristo. No entiende que vive en un país donde miles apenas prueban un bocado cada día. El exprocurador es uno más de esos fervientes rezanderos que van a la iglesia a darse golpes de pecho, pero que, en la práctica, traicionan los principios de su fe.
En las calles de Bogotá, con los dineros públicos, los nuestros, se garantizó licencia para cruzar raudo escondido entre una caravana de 16 vehículos, con sus conductores, y 32 escoltas. Pero, ¡por Dios!, doctor Ordóñez, qué insulto a los más pobres. Qué despropósito frente al pueblo. Qué manera la suya de lacrar a la comunidad y traicionar la palabra y la enseñanza de Dios.
Cómo...