América Latina está convulsionada. Venezuela, Ecuador, Bolivia, Colombia y en las últimas semanas Chile y ante este desafío he leído algunos textos de los últimos pontífices sobre la paz escritos en encíclicas, audiencias o mensajes de la Jornada Mundial de la Paz (que se celebra cada 1 de enero).
Sus palabras resuenan no solo entre personas creyentes sino que pueden servir como referente de diálogo para todo aquel que busque el bien común.
El Papa Francisco habla de la paz como un elemento que no puede reducirse a un “simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad” y efectivamente hemos visto que en estos días los estallidos sociales en América Latina se han debido a que han venido de fuerzas polarizadas que no logran un equilibrio.
Benedicto XVI, por su parte dedicó el mensaje de la Jornada Mundial de la Paz de 2012 a los jóvenes: los mismos que han salido a protestar y, lamentablemente algunos de ellos han sido autores de actos violentos y destructivos. A las nuevas generaciones, dice el hoy Papa emérito, se les debe transmitir “el aprecio por el valor positivo de la vida, suscitando el deseo de gastarla al servicio del bien” y luego, dirigiéndose a ellos les dice “No os dejéis vencer por el desánimo ante las dificultades y no os entreguéis a las falsas soluciones (...). No tengáis miedo de comprometeros, de hacer frente al esfuerzo y al sacrificio, de elegir los caminos que requieren fidelidad y constancia, humildad y dedicación”.
San Juan Pablo II al iniciar el nuevo milenio dijo que la paz no es “la simple ausencia de guerra” y recordó que “no hay verdadera paz sino viene acompañada de equidad, verdad, justicia, y solidaridad”.
Juan Pablo I en su brevísimo pontificado dijo que para conseguir la paz y consolidarla “hay que sentir profundamente en la conciencia su necesidad, ya que esta nace de una concepción fundamentalmente espiritual de la humanidad”.
San Pablo VI en su encíclica Populorum Progressio (1967) invitaba a cada uno a examinar su conciencia para ver cómo podía aportar al desarrollo de los pueblos: “¿Está dispuesto a sostener con su dinero las obras y las empresas organizadas en favor de los más pobres? ¿A pagar más impuestos para que los poderes públicos intensifiquen su esfuerzo para el desarrollo? ¿A comprar más caros los productos importados a fin de remunerar más justamente al productor?”
San Juan XXIII dedicó en 1963 una encíclica al tema de la paz: Pacem in terris en la que se refiere a la necesidad de instituciones sólidas: “Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho común del país”.
Los textos de los pontífices presentan hoy una gran actualidad y sabiduría y nos recuerdan, como dijo San Juan XXIII que la paz parte del mismo hombre quien “posee una intrínseca dignidad, por virtud de la cual puede descubrir ese orden y forjar los instrumentos adecuados para adueñarse de esas mismas fuerzas y ponerlas a su servicio”.