Aunque la noche de Navidad haya parecido fría por causa de la pandemia, no deja de ser ocasión para una reflexión. El misterio cristiano está por encima de los avatares de la vida. O está dentro de ellos, iluminándolos, redimiéndolos. Porque todo es gracia. Lo bueno, lo malo y lo feo. Lo sagrado y lo profano. Lo triste y lo alegre. Lo religioso y lo lúdico. Todo se puede (y se debe) vivir desde una perspectiva teológica.
“No hay situación humana, ni realidad alguna, que no pueda ser pensada y proyectada desde la fe. En este sentido, todo puede convertirse en objeto de la teología”. Este concepto está tomado de un artículo del recordado padre Alberto Ramírez Zuluaga, uno de los mejores teólogos de la la Iglesia antioqueña, muerto en marzo de 2015 y quien hoy tendría ochenta años. Es una reflexión teológica sobre el deporte, que se publicó en la revista Cuestiones Teológicas, de la UPB, en 1979. Se titula “Consideraciones teológicas sobre el Homo Ludens”.
El texto que se trascribe es largo, pero que sea un homenaje al admirado sacerdote. Navidad es fiesta, gozo, alegría, y, dice Ramírez, “la realidad humana que puede ser comprendida y animada desde Dios, no lo es simplemente desde su dimensión de seriedad, de trabajo y de lucha, sino también y al mismo tiempo desde su dimensión de gozo, de juego, de ocio significativo. La religión misma participa, a la vez, de esta doble dimensión: empresa profundamente seria, la historia de la salvación es al mismo tiempo un proyecto gozoso y feliz.
“Así como se ha dicho que la religión pertenece al campo de la poesía de la vida, también puede añadirse que ella encarna "el juego de la vida", o la "vida como un juego". En ambos casos, el del trabajo y el del juego, la religión permite vivir la vida en estado de profundidad, desde Dios y en función de Dios. Así se puede definir de manera simplicísima la función de la religión para el hombre y su carácter específico por comparación con todo lo humano: la religión pone al hombre a vivir en profundidad su existencia, como la máxima posibilidad y por este camino alcanza la máxima realidad, a Dios”.
“Al mismo tiempo, la religión ofrece al hombre una capacidad suprema de mirarlo y comprenderlo todo: todo se ve y se comprende de la mejor manera imaginable, desde Dios. Vale la pena recordar que el cristianismo pretende llenar esta función de la religión, en un sentido más noble, y nos ofrece por lo tanto la posibilidad de vivir en estado de profundidad: desde Dios y en función de Dios... Ser cristiano es ser hombre, radicalmente hombre”