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En los medios nacionales dirige el debate un periodista que ya carga con una imagen igual o más polarizada que la de los candidatos. La producción y el diseño del debate dejan tantas dudas que uno quisiera no haber visto nada.
Por Amalia Londoño Duque - amalulduque@gmail.com
Hubo un momento en el que la familia se reunía alrededor de la televisión; lo que primero fue una curiosidad por un aparato nuevo, después fue el entretenimiento, la información, lo que ponía el tema de debate entre padres, hijos, tíos y abuelos.
En mi familia los debates políticos en radio, los reinados y las telenovelas, eran momentos de reunión y conversación entre todos.
Entre 1994 y tal vez hasta una década después del 2000, la televisión en Colombia no solo era importante en las familias, sino que sus noticieros generaban confianza, había credibilidad y seriedad en la información.
Ha pasado mucho desde ese primer debate electoral entre Nixon y Kennedy que marcó y cambió la estrategia de la comunicación política en casi todo el continente. Sin embargo, desde ese momento hito, hasta hoy, ese primer formato ha sufrido muchas deformaciones.
La primera gran distorsión de lo que era hace unos años el debate electoral, es la relación de los periodistas con la gente. En los medios nacionales dirige el debate un periodista que ya carga con una imagen igual o más polarizada que la de los candidatos. Y en los medios locales públicos, la producción y el diseño del debate dejan tantas dudas que uno quisiera no haber visto nada.
El segundo cambio es la amplificación de lo que se transmite en televisión y la interpretación que de manera simultánea publican las redes sociales de los canales públicos, los equipos de los candidatos, los partidos políticos, los periodistas que moderan, el hashtag que proponen y los trolls que activan mientras están al aire.
Ese cauce de mensajes en redes se amplifica, tiene muchas salidas, muchas discusiones abiertas al tiempo. Es posible que pocas personas discutan en familia los temas como pasaba hace años; no son relevantes las cifras de sintonía, pero seguro sí son miles los videos y los mensajes que se replican desde las páginas de los candidatos. Clips de máximo tres minutos que descontextualizan, que confunden y que, habiendo terminado el debate, se reproducen durante incluso diez días después.
¿Y qué podemos decir de los candidatos?
Un espacio que debería ser de discusión y argumentación termina convirtiéndose en un show que parece un programa de concurso de esos que ponen a ganar al concursante que más se ridiculice a sí mismo.
Guiones aprendidos de memoria, ninguno responde lo que se le pregunta, solo repiten como robots lo que ensayaron.
Existe en eso que nos muestran los medios, las redes y las vallas, un reflejo de lo que hemos sido, de lo que hemos priorizado.
Por fin algo hace evidente ese hueco tan hondo y tan negro que se va formando cuando decidimos dejar que solo algunos tomen las decisiones sobre lo que nos impacta a todos.
Si queremos seriedad, confianza, dignidad y altura en un debate, no comamos cuento de la polarización artificial, empecemos a hablar más entre nosotros y no le demos tanta atención al espectáculo electoral.