Por david e. santos gómez
Por estos días el ambiente de Buenos Aires es denso. Cuesta ver en las calles alguna risa o un gesto relajado. Es la cara real de la crisis, con la gente callada y pensativa mientras hace cuentas para estirar un salario que dejó de ser suficiente. Hablan del tema el periodista y el vendedor de verduras. El abogado y el estudiante. El taxista y el peluquero. La conclusión es la misma: Argentina desciende en barrena y puede que aún no se haya tocado fondo. La única solución es cambiar de aire ya. Urgente.
La derrota de Mauricio Macri en las primarias fue aplastante. El regreso del peronismo, con Aníbal Fernández y Cristina Fernández de Kirchner, parece inminente y ese ente etéreo que llaman “mercado”, pero que a fin de cuentas es un grupo millonario que mueve el dinero a su antojo, reaccionó con furia. Su incomodidad radica más en las mentiras de la Casa Rosada -al utilizar la economía como carta para su reelección- que en el regreso de la centro izquierda al poder.
El lunes, a horas de los resultados electorales, el dólar se disparó en una corrida inimaginable. El peso perdió el 25% de su valor, los supermercados etiquetaron sus productos de nuevo y las acciones se hundieron. El pánico abrazó al país y el presidente, con una obstinación impensada, culpó del desastre al pasado y al posible futuro, no sin antes achacar responsabilidad a los votantes.
Nadie daba crédito a lo que veía. Su reacción de niño malcriado terminó de aplastar la economía. Fue tan evidente su torpeza, su personalismo y su distancia de la realidad, que horas después tuvo que pedir perdón público para ver si lograba calma. Alberto Fernández, ganador, salió a dar una mano y mostró moderación. Aceptó un diálogo con la presidencia y apaciguó el ventarrón.
Ahora se ponen paños de agua tibia al desangre y se da por hecho que en octubre las elecciones las ganarán los Fernández. Los argentinos dicen que ya vendrán tiempos mejores. Que la crisis es una maldición cíclica que hace parte de la esencia nacional y por eso repiten un famoso refrán: cuando un argentino se va de su país y vuelve a los 15 días, lo encuentra todo diferente; cuando un argentino se va y regresa a los 15 años, lo encuentra todo igual.