david e. santos gómez
Mientras Latinoamérica asistía impávida a la violenta detención del alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, el presidente de Venezuela Nicolás Maduro iniciaba una declaración pública en la que babeó mucho y dijo poco. Defendió la forma y el fondo del apresamiento del opositor y, mientras golpeaba la mesa, amenazó con un pueblo en armas que defenderá con su sangre el proyecto chavista, aún cuando las últimas encuestas le dan un apoyo apenas superior al 20 por ciento.
Pocos medios de comunicación se detuvieron a analizar las violentísimas palabras del mandatario cuando pidió entre el público, al azar, ideas sobre cómo responder a esa invasión ficcional. Con micrófono en mano, sin cifras pero con altanería, representantes de distintos gremios adeptos al proyecto bolivariano dieron propuestas improvisadas para detener el “inminente golpe fraguado por Estados Unidos”. A sus ministros les dio 72 horas para presentar el plan contra la invasión como en la narración de un largo chiste que no da risa. Esto, al igual que los dos años de gobierno de Maduro, fue una enorme pirotecnia que oculta la verdadera tragedia venezolana.
La presión en Venezuela generará un estallido violento este año. La impopularidad del heredero de Chávez, la economía en quiebra y la evidente persecución política son tres olas que ya han formado la tormenta perfecta.
La oposición confía en dar una vuelta a la situación cuando se presenten las elecciones parlamentarias que deberían citarse para los próximos meses. De obtener una mayoría, el equilibrio de poderes podría restablecerse después de década y media de absolutismo chavista. El gran temor, sin embargo, es que desde Miraflores se esté armando todo este escándalo para aplazar las parlamentarias, lo que no sería nada raro en un gobierno acostumbrado a tomar atajos cuando se ve amenazado por el pueblo y las vías democráticas.
El humo se le está acabando a Nicolás Maduro. Es insostenible un gobierno que no se responsabiliza de sus carencias y, además, echa mano de fábulas para explicarlas. El matoneo al que está expuesta la disidencia mina aún más los respaldos nacionales e internacionales aún cuando la respuesta de los gobernantes latinoamericanos es vergonzosa. Sin ayuda de la comunidad internacional, son únicamente los venezolanos los que pueden dar el paso de cambio. Y cada vez se ve más cerca.