En los tiempos de las abuelas, cuando la caridad y la filantropía no eran asuntos solo de grandes millonarios, “echaban uno o dos platos de más para compartir con la familia vecina que había caído en desgracia económica”. Era tal el compromiso con el mandato bíblico “que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha”, que ni los mensajeros sabían cuál era el motivo de su encargo.
Mientras las estadísticas se pelean entre el desempleo a uno o dos dígitos de porcentaje, hoy en día los “pobres vergonzantes” se hacen invisibles entre los barrios de clase media y alta de la ciudad. Resultando todo un reto encontrarlos, para las organizaciones sociales y las entidades públicas que pueden apoyarlos como la Unidad de Familia, de la Secretaría de Inclusión...