El discurso del presidente Petro ante la Asamblea General de las Naciones Unidas despertó diferentes emociones en el país. Algunos aplaudieron su tono y mensaje de cuidado de la selva amazónica, además del énfasis respecto al “fracaso de la guerra contra las drogas”, otros encontraron que su comparación entre la adicción a la cocaína y el consumo de combustibles fósiles fue innecesaria y engañosa. Más allá de la controversia sobre su argumentación, el punto central está en si su prosa se traducirá en política pública efectiva.
Es llamativo que Petro esté dejando a un lado su bandera de campaña de la lucha frente a la pobreza y esté tan enfocado en la defensa de la selva. Según un estudio comparativo de los discursos de los presidentes Petro y Duque ante la Asamblea General de la ONU, del profesor Juan Sossa, de la Universidad Nacional, Petro mencionó la palabra “selva” más de 20 veces, seguido por los términos: guerra, drogas, vida, petróleo y humanidad. Durante su intervención no hubo alusión a la pobreza en Colombia. Pareciera que hubiera un discurso para el interior del país y otro para el exterior.
Algunos analistas y columnistas han manifestado que los discursos de los presidentes en la ONU son pasados por alto y que lo que allí dicen poco efecto tiene en las relaciones con los demás países. Quisiera discrepar sobre esta visión. Tono, enfoque en ciertos problemas e indirectas a otros Estados son elementos que ayudan a comprender las prioridades y actitud de un gobierno, más aún de quienes hablan allí por primera vez. De lo dicho por Petro se perciben tres mensajes centrales. El primero tiene que ver con su intención de posicionamiento como defensor de la Amazonía y abanderado de la lucha para evitar el calentamiento global. Segundo, su afiliación con el resto de los líderes de la región no alineados con Estados Unidos y Europa. Tercero, deja claro que su cruzada para reducir el consumo y explotación de combustibles fósiles trascenderá las fronteras nacionales. La manera como expresó estas ideas se hizo de manera poética y grandilocuente, como ha sido su estilo comunicativo durante años. La pregunta fundamental es si será capaz de traducir lo expresado ante el escenario global en reformas y proyectos concretos, y si tendrá el apoyo necesario para lograrlo.
Señalar en abstracto que “Destruir la selva, el Amazonas, se convirtió́ en la consigna que siguen Estados y negociantes” es una acusación brusca que puede dificultar la cooperación con otros países. Como también lo fueron las frases: “La selva se quema, mientras ustedes hacen la guerra y juegan con ella”. Y: “Para ustedes mi país no les interesa sino para arrojarle venenos a sus selvas, llevarse a sus hombres a la cárcel y arrojar a sus mujeres a la exclusión”. ¿A quiénes se refería el presidente? A diferencia de lo que puedan decir otros analistas, creo que varios países tomaron nota de estas acusaciones.
Si el presidente quiere liderar una aproximación diferente a la lucha contra las drogas, proteger efectivamente a la Amazonía de la deforestación, conservar el ritmo de la transición energética y unir a los colombianos y a otros líderes del mundo con estos objetivos, primero debe trazar un plan realista y ejecutable más allá de la poesía. También debe demostrar voluntad de trabajo con otros países —especialmente con aquellos a quienes más critica—. De lo contrario, sus intenciones quedarán en los anaqueles del imponente edificio de las Naciones Unidas en Manhattan