Todo vuelve, hasta los pantalones de pata de elefante, quizá la prenda menos sexy de la historia. En Argentina, abanico en mano del calentón que llevaba, ha recobrado el poder una de las peores dirigentes de la historia latinoamericana, Cristina Fernández de Kirchner, que utilizó el cargo para colocar una cohorte de efebos e ineptos (o ambas cosas a la vez) al frente de los ministerios más importantes y malbaratar millones de pesos. Al más puro estilo Putin, CFK será la vicepresidenta de otro Fernández (Alberto) que se antoja una marioneta al estilo Medvedev. El retorno del peronismo más rancio deja en muy mal lugar a Mauricio Macri, que no ha logrado revalidar un convulso mandato marcado por la fuerte crisis económica que atraviesa el país austral, con tres millones más de pobres en un año. Lo más sangrante es que ese caos fue generado por CFK y le estalló en la cara a Macri sin que haya sido capaz de solventarlo. Con el 35,4 % de la población en el umbral de pobreza, lo que equivale a 15,8 millones de argentinos sobre una población de 44,6 millones, la mayoría de votantes ha elegido el regreso al Estado asistencial peronista, en la búsqueda de las limosnas que aseguren la supervivencia. Populismo en estado puro que parece haber regresado con fuerza en toda Latinoamérica.
Populismo de izquierdas y derechas. Como el de Bolsonaro en Brasil o el de Morales en Bolivia. Como el desatado por Correa y los suyos en Ecuador o el que está detrás de las revueltas en Chile. El descontento popular originado por el frenazo económico global, las guerras comerciales y los nuevos paradigmas productivos, cuya velocidad evolutiva es muy superior a la capacidad formativa de los arcaicos planes universitarios, se extiende como la peste.
A esto se suma el aislacionismo promovido por la Administración Trump, que ha dejado Latinoamérica en manos de chinos y rusos, dos de los regímenes más opacos del mundo. Tampoco Europa, con España al frente, parece interesada en lo que ocurre al otro lado del Atlántico, mientras trata de resolver sus propios problemas, con el Brexit encallado en una nueva prórroga hasta finales de enero.
En este contexto, parece que las nuevas generaciones son más proclives a optar por pseudo políticos tuiteros de reality-show, capaces de tomar cuanto les haga ganar popularidad sin ofrecer ni una sola reforma de futuro. Un ejemplo de este populismo de cartón piedra es el presidente salvadoreño Nayib Bukele, quien como Trump debe de tener acciones en Twitter y un programa de hojas en blanco muy moderno, eso sí.
La nueva política vacía de contenido, de sonrisa fácil, está de moda. Yo la he bautizado “Junk-politik” o “política chatarra”, como la comida rápida que nos invade y que resulta más barata y sencilla que la comida casera, pausada, necesitada de una cocción lenta, dedicación y sacrificio. Sin embargo, la política de usar y tirar acaba triturando las democracias porque, en ausencia de grandes reformas y de planes de futuro impopulares en primera instancia que son demolidos por los interminables periodos electorales, las sociedades se estancan y acaban presas de su propia trivialidad. Mientras el populismo, renovado o no, impone el lema marxista “estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros” acuñado por el genial cómico Groucho Marx, otros países toman posiciones en las batallas del futuro.
En qué lugar quedan las victorias de Daniel Quintero y Claudia López es algo que veremos en los próximos meses. ¿Nueva política o más fuegos artificiales?.