Querido Gabriel,
“Abuela Lety, ¿por quién vas a votar?”. “Por el conservador”, respondió ella. Mi papá la cuestionó: “¿Qué sabes de él, mamá?”. “No importa”, respondió, “soy conservadora, voto conservador, así ha sido siempre”. “¿Por el que sea y sin importar cómo sea ni que haya hecho, abuela?”, dije con burla adolescente, “¿así el candidato sea un loro?”. “¡Sería un loro conservador!”, sentenció ella, cerrando la conversación.
Los seres humanos nos apegamos a unos valores morales que, según Jonathan Haidt, en su libro La mente de los justos, provienen de la genética, la cultura, la educación y el contexto social. Sufrimos, además, de cierta asimetría en la comprensión de nuestras motivaciones morales; pensamos que nuestras preferencias políticas provienen de la razón y las buenas intenciones y las de los que eligen diferente emanan de su ignorancia o su maldad. ¿Hacemos una tertulia acerca de votar con los ojos abiertos, sin tener que rechazar nuestros gustos e identidades?
Una buena decisión política no radica en pasarse de la izquierda a la derecha o viceversa, sino, más bien, en la elección de personas decentes en cualquier lugar del arcoíris del pensamiento político. Tertuliemos sobre cómo cualificar el voto y elegir a candidatos que desarrollen la democracia, construyan un país más justo, cuiden las instituciones, que tengan la capacidad ética, profesional y humana para servir bien a Colombia.
Decencia viene del latín decens, que significa “ser apropiado”. Busquemos entonces políticos apropiados para estos tiempos, de diferentes partidos. Elijamos a líderes con una postura ética sólida, capaces de forjar acuerdos, de encontrar aquello que nos une, de privilegiar el bien general, cumplidores radicales de la Constitución y las leyes; firmes al defender sus principios, pero sin apego fanático a sus ideas y opiniones. ¿Será demasiado pedir gobernantes con humildad intelectual y amor por la verdad?
Un político decente tendrá también una carrera limpia, consistente. Si queremos predecir el comportamiento de alguien, más que sus palabras y promesas, basta con observar sus actos y sus maneras. Alguien con una trayectoria transparente y logros identificables, que haya reconocido sus errores y no haya cometido crímenes, seguramente continuará por esa misma ruta.
Thomas Jefferson dijo: “Las diferencias políticas no se pueden dejar entrar a las relaciones sociales, dañar las amistades, ni afectar la compasión o la justicia”. Un político decente es, por esto, una persona bondadosa, un ser respetuoso y amable. Las buenas maneras y la afabilidad, injustamente menospreciadas, son un ejemplo fundamental para construir armonía social, las formas son inseparables del fondo.
Hagamos la tertulia para ayudar a que cada quien vote de acuerdo con sus más puras y sanas convicciones, en el mejor sentido posible, por buenos políticos. Elijamos a personas que, como dice el maestro de cierta historia del Dhammapada Buddha, citado por Arthur C. Brooks en su bello libro Ama a tus enemigos: “Conquisten la ira a través de la nobleza, la hostilidad a través de la amabilidad, la avaricia a través de la generosidad y la falsedad a través de la verdad”