Medellín es en este momento pionera en el irrespeto a los espacios públicos, no en preservar el derecho colectivo de todos a la ciudad. La “tacita de plata” de antaño se convirtió en un gigantesco parqueadero para vehículos automotores, talleres de reparación y negocios de particulares en las calles; hoy solo reinan el caos, el desorden y el desgobierno.
Basta caminar por los barrios, los casi inexistentes parques o las avenidas más importantes, para constatar la desorganización y la ausencia de autoridad; particulares y hasta servidores oficiales hacen de las suyas y es imposible transitar. Usurpar el espacio común es un pasatiempo de los inescrupulosos.
De un modelo prohibicionista en esta materia, que regulaba los zonas e imponía las sanciones...