No falla. Cada vez que estamos frente a una elección presidencial nos condenamos a vivir la misma situación durante meses eternos entre los electores: confrontación, insultos que van y vienen, calumnias sobre los candidatos, descalificaciones, miradas rayadas, acosos, burlas, los dueños de una verdad sintiéndose superiores a los dueños de la otra verdad y así...
Hace muchos años, cuando existían dos o tres partidos políticos, la publicidad se hacía pintando un poste o una piedra con el color de cada partido, discursos de plaza en plaza y pare de contar. Hoy, con el mundo entero en la palma de la mano, gracias al poder de las pequeñas pantallas que se han vuelto nuestros apéndices imprescindibles, las posibilidades de debatir, confrontar y hasta mentir son infinitas.
¿Por quién va a votar usted en estas elecciones para presidente de Colombia? Es una pregunta peligrosa. Da igual si uno responde que por Tavo, por Checho, por Memo o por Fico. De todos modos, se prende el mundo. Y después sigue otra pregunta obligada: ¿Y por qué? Ay, ay, ay.
Uno puede contestar sobre cosas de afuera: Porque tiene más experiencia, porque propone cosas muy buenas, porque conozco su trayectoria, porque va punteando en las encuestas... O puede responder desde su interior: porque me da tranquilidad, porque le creo, porque lo conozco, porque me identifico, ¡porque es el que me gusta y punto!
Cada uno de nosotros es dueño de su mundo, de sus convicciones, de su ideología y de su visión de las cosas, y cuando se trata de mirar candidatos y propuestas, es normal que todos tengamos posturas diferentes. ¿Acertadas? ¿Equivocadas? Nadie puede juzgarlo. Y si nadie puede juzgar, entonces nadie debería imponer su posición sobre la de los demás. Esa es la verdadera democracia. Y es el verdadero principio de la convivencia: el respeto por la diferencia, por el otro. ¿Qué hacemos peleando por este o aquel candidato con los mismos con los que nos juntamos para una celebración, o con los que lloramos a los mismos muertos? No seamos pendejos. Que gane el que la mayoría quiera. ¡El que la democracia elija! Pero que esas diferencias de opinión o de ideología no opaquen la hermandad, la amistad ni la armonía con los nuestros. Ni con nadie, ojalá.
Acabo de decir: “Y si nadie puede juzgar, entonces nadie puede imponer su posición sobre la de los demás”. ¿Eso significa que no se pueda opinar, dialogar, discutir? No, tampoco hasta los extremos. En el contacto personal es necesario intercambiar opiniones, datos, hechos, visiones, ideas... Eso enriquece porque todos aprendemos de los demás. Pero hablando y escuchando. No imponiendo, tratando de convencer, agrediendo o descalificando a los que están en la otra orilla.
Votemos por el que queramos, pero no permitamos que nada ni nadie nos separen de aquellos con los que compartimos la vida, los sueños y las ilusiones de un país más justo y más organizado