Sabíamos desde un principio que tendríamos que tragar sapos y, posiblemente, de tamaño descomunal. Lo teníamos claro, porque se iniciaba un proceso de negociación, y no de rendición. Quienes se plantaron en el norte del sometimiento se anclaron en procedimientos que no corresponden a tantas experiencias que se han dado en el mundo para conciliar con grupos en conflicto, y de las que es inteligente aprender.
Si en una negociación solo resulta exitosa una de las partes, no es una negociación, es una farsa. Negociar implica dos ejercicios: entregar y recibir, el efecto de la satisfacción, y el del dolor también. Otro columnista de este periódico escribía en días pasados: “La paz exige un cierto sacrificio de la justicia”.
Difícil negar que es inminente...