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El mundo de la opinión coincide en que el año que empieza mañana será un año, por decir lo menos, impredecible. Dudo que en relación con los desafíos propios de la vida en sociedad alguna vez hayamos encontrado consenso en la predecibilidad de un nuevo año, pero lo cierto sobre el 2023 que estamos próximos a desempacar, es que los próximos 365 días dan cuenta de un desafío de gran escala que pondrá a prueba, no solamente nuestra inteligencia individual y colectiva, sino sobre todo los aspectos más esenciales de nuestra condición humana: la capacidad para colaborar, para crear soluciones a partir de principios de construcción conjunta y nuestra serenidad para evitar decisiones precipitadas que nos generen impactos negativos en el largo plazo, entre otras.
En el ámbito local, por ejemplo, son por lo menos tres aspectos en los que tendremos que poner mucha atención: el político, dentro del cual las elecciones regionales a Concejos Municipales, Asambleas Departamentales, Alcaldías y Gobernaciones nos pondrán nuevamente frente al reto de discernir con objetividad sobre el tipo de líderes que queremos que orienten los rumbos de nuestras ciudades y departamentos durante los próximos cuatro años (ojalá no sea este año la ratificación de la miopía de nuestra sociedad a la hora de escoger a sus dirigentes); el económico, dentro del cual tendremos que acudir a nuestra capacidad para sortear un periodo suficientemente complejo derivado de la situación inflacionaria, la desaceleración de nuestro aparato económico y la informalidad, entre otras; y el social, dentro del cual el 2023 será el contexto en que podremos verificar la capacidad de un gobierno aún en ciernes para ejecutar políticas sociales responsables, efectivas y coherentes en el propósito de construir una nación más solidaria y más equitativa.
A nivel global, con el nuevo año empieza con fuerza un nuevo ciclo electoral en los Estados Unidos que resulta crucial no solo por la relevancia global que tiene este país como potencia, sino por lo que representa esta contienda como una prueba ácida de la vigencia y salud de la democracia como sistema político luego de las amenazas a las que se vio enfrentada en las últimas elecciones.
Comienza también un periodo determinante en la construcción de consensos alrededor del despliegue de las estrategias requeridas para impulsar un proceso de transición energética que parece imperativo, y que debe ser desarrollado con base en criterios técnicos; la lucha contra el alza en los precios de los combustibles, insumos agrícolas y alimentos en general; el desenlace (o un nuevo capítulo) de la ya exageradamente larga y tensa confrontación entre Rusia y Ucrania, y la evolución de las tensiones políticas entre China y Taiwan, que muchos temen que derive en otro conflicto bélico que podría cumplir un papel determinante como catalizador de una confrontación global.
En ese maremagnum navegaremos como humanidad durante doce largos meses que inician en cuanto se apague el año viejo a la medianoche de hoy. Y, mientras nos preparamos para hacerlo, quizás lo más importante en estos días de descanso sea darnos cuenta de que, por encima de estos desafíos generales, quizás la tarea más difícil de un 2023 impredecible será volverlo predecible en términos de los elementos a los que acudiremos para transitar por su camino desde una postura menos individualista y egocéntrica (o más solidaria); menos precipitada (o más serena); menos contestataria y mezquina (más constructiva). Si tan solo lográramos encontrar escenarios en los que acudamos por definición a estas tres características para determinar las soluciones, como sociedad ya habremos logrado suficiente. .
