Y en medio de esta semana terrible, en la que me pregunté mil veces si nos quedó grande este cuento, y mil veces me respondí que sí, mirando sin buscar nada en mi pequeña biblioteca, un libro me encontró para rescatarme de estas ganas de salir corriendo: El reto de ser persona, del médico humanista Andrés Aguirre Martínez, un líder positivo que dice verdades a tiempo, sin pelos en la lengua y a manera de pequeños dardos de sabiduría, sensatez y sentido común, con los que trata de construir siempre un mundo mejor.
Según Andrés Aguirre, “hay cinco actitudes mentales que deben vencerse cotidianamente para facilitar una vida más humana: la ignorancia, la arrogancia, la envidia, el deseo y el odio”. Dice que el problema no es ignorar, sino creer que se sabe; no saber que se ignora o saberlo, pero no importarle, algo así como “no sé, ni me importa”. La arrogancia, ese creerse más que los demás gracias a apellidos de alcurnia, títulos, posesiones o posiciones de poder. La envidia, ese estado de vivir en la desdicha por no tener algo que tienen los demás. Desear no es malo, pero seguir deseando cuando ya se tiene todo convierte a la persona en una eterna insatisfecha, incapaz de vivir feliz. Y el odio, ese sentimiento de aversión hacia otros incitando a su destrucción. Suena todo tan familiar, tan cotidiano y tan común entre nosotros.
Y no sé ustedes, pero yo siento que hay un cansancio extremo generalizado, que es muy difícil creer en algo o en alguien y que Colombia es el corcho que jamás podrá salir del remolino.
No ha sido una semana para la sonrisa, ni mucho menos para la tranquilidad. Y tampoco encuentro de dónde pegarme para sacarme de la cabeza la idea recurrente de que el nuestro es un país inviable, al tiempo que mil preguntas me dan vueltas, pero las resumo:
¿Qué hacer con los excesos de la fuerza pública? ¿Con los que atacan a la fuerza pública? ¿Con la violencia de quienes se manifiestan contra la violencia? ¿Hasta cuándo seremos el país del “todos contra todos”, desangrado y con innumerables fracturas y laceraciones? ¿Qué hacemos con los que gobiernan para alimentar su ego sin pensar en el bien común? ¿Y con los que no gobiernan? ¿Hay exceso de leyes, pero falta justicia? ¿Qué pretenden esos líderes incendiarios que alientan a sus secuaces a apagar el incendio con gasolina? ¿Y ellos, en serio están dispuestos a matar o a morir por una causa a la que son incitados con ignorancia y rencor? ¿Y creen tener derecho para ello? ¿Hay una fórmula que nos rescate del caos o estamos condenados a vivir así eternamente? ¿Cuál es mi responsabilidad individual en todo esto?
Y del mismo Andrés Aguirre, que nunca falla, rescato una frase que cae bien para mi última pregunta: “Descargar en los demás la propia culpa pretendiendo dejar la conciencia liviana lo único que demuestra es tener liviandad de conciencia”.
Vuelve y juega la vieja confiable: Es imposible cambiar el mundo, pero sí se puede cambiar el metro cuadrado. Piénselo.