Faltando veinte días para que Gustavo Petro tome posesión de la Presidencia de la República, ha dado a conocer por entregas la nómina de quienes serán sus ministros. Algunos, como el caso de José Antonio Ocampo para Hacienda o Cecilia López para Agricultura, han sembrado relativa tranquilidad y confianza en que sus gestiones estarán exentas de saltos suicidas hacia lo desconocido. Son profesionales idóneos, curtidos en la administración pública y convencidos de impulsar políticas de Estado convenientes en un medio social tan inequitativo. Otros, como Álvaro Leyva, abren ciertas dudas por su proclividad guerrillera. Alejandro Gaviria para Educación ha hecho santiguar a no pocos beatos, dado su ateísmo confeso.
Cayó como baldado de agua fría la ministra de Salud, Carolina Corcho, reconocida médica siquiatra. Ha sido encendida contradictora de las EPS privadas. La seduce retornar al camino de la estatización del sistema, como ocurría antes de la ley 100. Más que reformarlas, parece querer exterminar a las EPS por no compartir la filosofía de que el sector privado participe en el funcionamiento del sistema de la salud.
La siquiatra paisa, señora Corcho, activó en épocas agudas de pandemia el pánico y las falacias en las redes sociales en momentos en que el país atravesaba una situación sanitaria y sicológica difícil. Hacía —como lo denunció editorial de EL COLOMBIANO— proyecciones catastrofistas y lanzaba negras profecías contra las vacunas. Le faltó serenidad, conocimiento, ecuanimidad e información adecuada, que en momentos de emergencia son necesarias para demostrar liderazgo en que existen soluciones para superar las vicisitudes. Posiblemente, le sucedió lo de aquel portero del manicomio: que por tanto lidiar con locos al fin de cuentas se enloqueció.
Es cierto que nadie podía llamarse a engaño frente a decisiones de Petro. Este ganó con sus tesis de izquierda, aprovechando la carencia de un opositor de centro/derecha que cautivara a una juventud contestataria que, hastiada de la podredumbre del establecimiento y venciendo su apatía electoral, irrumpió en las urnas para aplastar a los decadentes y clientelizados partidos políticos tradicionales. Era un derrumbe anunciado. Persisten, sí, las ilusiones, nacidas del beneficio de la duda que se le ha otorgado al presidente electo, para que los próximos baldados no sean con aguas tan heladas que congelen las esperanzas de quienes aspiran a ver las transformaciones del país por la vía de las libertades en democracia.
El fracaso de las colectividades políticas tradicionales llevó a que la comedia electoral terminara en drama. Se conformaron con lanzar un actor protagonista de circo pobre. No tuvieron capacidad alguna para escoger un candidato respetable. Y ahora, en su papel de lentejos, salieron atropelladamente a alistarse en la clientela ganadora.
Nosotros seguimos confiando en que Petro repita más el modelo de gobierno socialdemócrata y no el de extrema izquierda populista. Que mire más a lo que realizó Ricardo Lagos en Chile que a lo que destruyeron Chávez y Maduro en Venezuela. Mientras tanto, sigamos soñando para no caer en pesadillas