Por Rafael Aubad López - redaccion@elcolombiano.com.co
Compartí varios encuentros con la señora Francia Márquez antes de su elección. Espacios de dialogo promovidos por el anterior procurador nacional, donde actores del más diverso origen territorial y social buscábamos propósitos comunes y acuerdos para trabajar colectivamente hacia un país menos desigual.
La señora Márquez mostró siempre, de manera clara y documentada, la violencia y la indignante inequidad de sus entornos. La falta de reconocimiento de la humanidad de sus habitantes, de la mano de un fuerte racismo. Sus análisis, duros, pero respetuosos. Sus propuestas, simples, pero contundentes: menos relacionamiento con los territorios marginados atentando contra la dignidad de las personas. Mejores condiciones, esperanzadoras, para vivir sin miedo y con oportunidades. Así he entendido el “vivir sabroso”, como gráficamente describe hoy esa perspectiva.
Hay suficientes evidencias de que la superación estructural de la marginalidad y la pobreza está altamente correlacionada con tener un proyecto de vida, oportunidades para desarrollarlo, seguridad y justicia. Estos componentes son el mejor marco para construir el “vivir sabroso”. Y a ellos se refería la señora Francia.
No sé cuántas veces ha aparecido en nuestros planes de desarrollo la intención de influir sobre dichos componentes. Pero el asunto central es la prioridad que se les ha otorgado y, sobre todo, la conceptualización de las políticas públicas para potenciarlos.
La Nobel de Economía Elinor Ostrom señala : “Un objetivo central de las políticas públicas debería ser el de facilitar el desarrollo de instituciones que saquen a relucir lo mejor de las personas”. En otras palabras, marcos e instrumentos que estimulen la creación de capacidades individuales y colectivas, para que sean agentes de su propio desarrollo. Donde se promueva la prosocialidad —la cooperación y la corresponsabilidad ciudadanas— como pilar fundamental de sostenibilidad de rutas de progreso.
Esta visión de sociedades de bienestar contrasta con el enfoque tradicional de crear más entes públicos y burocracia intermediadora. Y generar subsidios permanentes o programas, definidos desde los gobiernos, reemplazando las iniciativas emprendedoras, creando dependencias paralizantes del esfuerzo personal y comunitario. Lo anterior no permite sacar a relucir lo mejor de las personas, como lo señalaba la Nobel, desde su propio crecimiento.
Recordando los planteamientos de la señora Márquez en el contexto de los diálogos referidos, la construcción del “vivir sabroso” siempre la entendí como una intención de cambio común. Donde el Estado debería ser un enorme facilitador y, sobre todo, garante de contextos dignos y sin miedo, y apoyar la creación de ecosistemas de desarrollo local. Facilitando la mediación institucional —no la intermediación— para la generación de valor económico y social. Mediadores con legitimidad y con aportes de conocimiento y recursos, dentro de sus objetos misionales. Las cajas de compensación, las cooperativas, las fundaciones empresariales y sociales, las instituciones y programas de cooperación internacional, así como las universidades; instituciones todas cuyo objetivo superior es sacar lo mejor de cada uno de nosotros.
El paso de Francia Márquez de líder social a líder política y de gobierno podría ser una gran oportunidad para promocionar desde su posición las intenciones de cambio común. Yo la invito a que mantenga dicha prioridad y, seguro, encontrará mucho eco ciudadano, empezando por tantas personas y organizaciones que participaron en los encuentro de Diálogo Social