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Me da pavor que mi retoño, en clara oposición con la figura paterna, o sea yo, no le guste el humor, la literatura y el fútbol. ¡Cristo Jesús!, moriría de desconsuelo si mi hijo no sabe bailar salsa.
Por Dany Alejandro Hoyos - @AlegandroHoyos
Esta semana fue capturado Nicolás Petro, el hijo del presidente, por lavado de activos. Petro padre, manifestó de manera acertada, —no le queda de otra—, que lamentaba la situación y que no intervendrá en el proceso, total, él no lo crío.
Esta misma semana vi un video en el que un niño a los cuatro años toca piano como los dioses. Me pareció la maravilla, y pensé: si quisiera un hijo sería como ese, o como el niño que da la charla técnica antes del partido. ¡Preciosos!
Sin embargo, las probabilidades de que salga como ellos son una en un millón. Soy tan de malas que fijo y me sale político, reguetonero y tierra planista. Además, con el agravante que tengo la maldición de abuela. ¿Cuál es? La maldición de abuela es aquella que te hace tu abuela cuando eres joven. Como yo me burlaba de todo el mundo, (corrección, me burlo) mi abuela me decía que cuando tuviera un hijo iba a pagar todas las burlas. Mi hijo entonces sería mocho, bizco, bobo, mueco, calvo, bruto, retrogrado, borracho, discapacitado, fanático religioso o político, facho, mamerto, traqueto, inútil e hincha del Medellín. Eso no me aterra tanto porque soy un bobo, inútil y orgulloso hincha del DIM. Pero sí sería triste ver a mi hija en un video de reguetón con una camisa del Nacional. ¡Qué horror!
Pánico me da tener un hijo y que me salga como esos delfines hijos de políticos; que mi hijo tenga zonas francas y se haga rico “vendiendo manillas”, o mitómano como Pinturita, o como Fico diciendo que plata es plata, o tibio como Fajardo, o politiquero como Luis Pérez, o cizañero como Isabel Zuleta, o falsificando exámenes como Julián Bedoya, o con títulos falsos como Peñalosa. ¿Se imaginan? Muere uno de pena moral.
Me da pavor que mi retoño, en clara oposición con la figura paterna, o sea yo, no le guste el humor, la literatura y el fútbol. ¡Cristo Jesús!, moriría de desconsuelo si mi hijo no sabe bailar salsa. Y les juro que me pego un tiro si un día me dice: “Pa, ¿ya escuchaste la última canción de Peso Pluma?, es mi cantante favorito”. Un pelado que es como una combinación entre el Zarco, de La vendedora de rosas, y la Liendra, que canta más un testigo de Diego Cadena. No me jodan.
Hasta acá, ustedes están pensando: calma, qué exagerado, así no son todos los hijos. Lo sé, hay peores. Me van a decir que eso depende de la educación y los valores del hogar y bla, bla, bla, y puede que sí, pero ¿y qué tal que no? Entiéndanme, soy un cobarde. Prefiero no arriesgarme. Soy de la corriente de José Saramago que dice: “Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas porque los optimistas están encantados con lo que hay”. Cuiden mucho la educación de sus hijos, porque de pronto son tan de malas que les sale como yo, y eso sí sería una tragedia.