Sembrar el hábito de leer no se consigue con una receta de oficio. Como a las cosas importantes que se aprenden en la vida, se llega por efecto de la seducción, del antojo. Por eso la mejor fórmula que puede utilizar el maestro para iniciar la lectura en sus estudiantes es siendo él mismo un asiduo lector. Pero si esto podemos decir del hábito de la lectura, mayores razones tenemos para antojar la aventura de la escritura, no sólo de la escritura funcional -la que usualmente alcanzamos-, sino de la escritura que construye, que abre horizontes, que potencia el conocimiento de sí mismo, la escritura personal.
Los maestros, igual que los estudiantes, usualmente, sólo leemos y escribimos en la escolaridad. Lo lamentable es que la generalidad se apunta...